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Comer con niños

Generar hábitos saludables es una prioridad para cada vez más familias con niños. La preocupación por una alimentación sana y equilibrada se ha convertido en un interés educativo de primer orden, por lo que desde la UP estamos muy atentos a todas las iniciativas que responden a esta necesidad. La nutrición es un campo de estudio en desarrollo en el que conviven todos los conocimientos que se han ido consolidando a lo largo de los años junto con numerosos mitos y prejuicios que arrastramos de épocas pasadas. Muchas personas aún se preguntan si hay que obligar a comer a los niños, si es necesario «terminar todo el plato» o que no saben cómo lograr que los más pequeños prueben alimentos como las verduras. Para tratar todos estos asuntos, contamos una vez más con Miriam Magallón, psicóloga y terapeuta, que nos dará pautas para aclarar estas y otras cuestiones sobre la alimentación de los niños. Os dejamos con ella.

Celebrar y comer con niños

Sentarnos a la mesa con niños es una experiencia muy distinta a hacerlo sólo con adultos. Para los pequeños es una oportunidad para explorar y experimentar sabores nuevos, alimentos y texturas diferentes… Pero sobre todo, comer con niños es una oportunidad para disfrutar y celebrar juntos en familia.

La mejor herramienta que tenemos para que nuestros hijos tengan una buena relación con la comida, somos nosotros mismos. Nuestros hijos imitan lo que hacemos los padres. Nuestra actitud va a ser el mejor ejemplo. Si un niño come en casa de manera variada, cuando salga fuera comerá de todo. Si observa que el rato de comer o cenar es especial porque sus padres lo preparan con cariño y comparten un rato juntos, de mayor ese niño disfrutará del comer pausado y la sobremesa. Si los padres mastican sin prisa los alimentos y comen pausadamente, ellos harán igual. Si en casa se cocinan comidas nuevas, estarán acostumbrados a probar nuevos sabores sin rechazarlos de partida.

Cuando nuestros hijos comparten la mesa con nosotros, observan: cómo comemos, de qué nos servimos más, qué actitud tenemos ante la comida, si la disfrutamos y paladeamos o apenas masticamos, si disfrutamos o es un mero trámite… y de esa observación sacan un aprendizaje que tienden luego a reproducir.

Cuidado con los empachos

Nos encanta celebrar comiendo y nos juntamos a menudo con el resto de la familia para compartir ese rato que es perfecto para disfrutar, pero a veces, confundimos cariño con gran cantidad de comida. Es una costumbre muy habitual en nuestra cultura demostrar a nuestra familia cuánto les queremos preparando más comida de la cuenta y animándoles a que repitan. No hay por qué comer hasta reventar para celebrar que estamos juntos.

Como padres, somos responsables de la cantidad de comida que presentamos a nuestros hijos en la mesa. Si ponemos una fuente grande llena de comida y la dejamos en el centro durante toda la comida, estamos incitándoles a repetir y comer más de la cuenta. En muchos hogares es famosa la frase: “comed más, que no quede nada”. Debemos enseñarles a parar cuando ya han comido suficiente. Podemos tener el control sobre la comida y no insistir para que repitan.

Cuando comen poco variado

Una de las dificultades que más me refieren los padres en consulta y en los talleres que imparto, es que los niños no comen una gran variedad de alimentos sino los 3 o 4 sabores que conocen.

Ni todos los niños comen bien a la primera, ni todos se animan a probar nuevos sabores.

El proceso de educar el paladar, como cualquier proceso de aprendizaje, requiere unos tiempos. No podemos pretender introducir sabores difíciles (algunas verduras, pescados) en un día. El niño poco a poco deberá irse habituando.

Una buena manera de animar a los niños a probar nuevos alimentos es sentándoles a la mesa con nosotros desde pequeños, en la trona.

Podemos dejar a su alcance algún alimento natural que pueda chupar, tocar y saborear. Los bebés utilizan la boca para conocer y descubrir su entorno. Si pueden tocar y chupar la comida con libertad, se familiarizarán con esta y no tendrán reparo a probar nuevas cosas.

Las primeras veces deberíamos animarle a probarlo y si lo hace, felicitarle. Castigar al niño por no comer algo que no le gusta, no va a ayudar. Es más, agudiza el rechazo a ese alimento. Ellos pensarán que por culpa de esa verdura o pescado, le han regañado o castigado así que ese alimento es malo. Si el rechazo al alimento es importante, podríamos intentar prepararlo de otra manera o buscar un acompañamiento que le guste y pueda comerlo junto.

Jugar con la presentación del plato también puede ayudar.

Otra manera de lograr que prueben platos nuevos es que participen en su preparación. No hay cosa que les guste más a los niños que entrar en la cocina y jugar a ser cocineros.

Los niños que cocinan, desarrollan una actitud muy positiva hacia la comida. Entrar en la cocina les permite explorar con todos los sentidos los alimentos. Pueden tocar, comprobar textura, oler, ver, saborear… y sobre todo, pueden experimentar.

La cocina desarrolla su creatividad y curiosidad. Si les damos permiso, pueden jugar con las mezclas de sabores, descubrir nuevas recetas o hacer alguna a su manera. Cuando un niño cocina, de manera natural quiere probar lo que ha preparado y esto, es un excelente inicio para familiarizarse con los alimentos e irlos introduciendo en su dieta.

Si continúa rechazando ese alimento, podríamos negociar con él la cantidad que va a comer. Le explicaremos que en casa comemos de todo aunque no todo nos guste por igual y buscaremos un acuerdo de cuánto se va a comer. Así lograremos que supere el objetivo de comer ese alimento en lugar de reforzar su aversión por la comida.

¿Y si no quiere más?

Al nacer, el bebé vive en un contacto muy estrecho con sus sensaciones: tiene frió o calor, tiene hambre o sueño, está cansado, tiene el pañal mojado… y nos lo comunica por medio del llanto. El bebé detecta sin problemas cuando tiene hambre y cuando no quiere más.

A medida que vamos creciendo, perdemos esa estrecha conexión con las sensaciones de nuestro cuerpo para poner mucha más atención a lo que nos rodea: los colores, los ruidos, las cosas, las caras de las personas… y así, vamos perdiendo el contacto.

Obligar a comer a los niños hace que pierdan el contacto con sus sensaciones.

 

Por eso no es aconsejable obligar a los niños a seguir comiendo cuando ya no tienen hambre. Para evitar esto, será mejor que midamos la ración que les ponemos en el plato. De esta forma, los niños podrán acabar lo que tienen en el plato y no tiraremos comida en buen estado a la basura. Cuando forzamos a un niño a acabar lo que tiene en el plato no estamos respetando su proceso natural de saciedad y así perderá ese contacto estrecho con las sensaciones de su cuerpo. A medio plazo ignorará las señales que su cuerpo le envía para informarle de que tiene hambre o está lleno y comerá por impulso, porque toca o por puro placer.

No es recomendable llenar el plato de comida que el niño rechaza ni amenazarle con volver a ponerle el plato en la merienda o la cena si no lo acaba… Estos métodos van a reforzar su aversión y van en contra de nuestro objetivo que es comer de todo aunque no sea nuestro plato favorito.

Que la comida no sea un vehículo de premio o castigo.

Además recordemos que el mejor modelo somos los padres y si los niños nos ven disfrutando de comer todo tipo de alimentos, a la larga, ellos también lo harán.

¡Anímales a probar!

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