Educamos para la obediencia o para la responsabilidad
¿Quién no ha dicho alguna vez a su hijo o a su hija al dejarle en algún sitio: «Pórtate bien» o «Haz caso a lo que te digan los mayores»?
Seguro que en más de una ocasión nos hemos quejado de que nuestros hijos no son obedientes o de que no nos hacen caso.
Tener hijos obedientes significa que hacen lo que les decimos cuando se lo decimos. Sin duda, como padres y madres, esto resulta muy cómodo y puede darnos una sensación de control que nos reconforta. Pero, ¿queremos que también sean adolescentes que obedecen a sus amigos? ¿Y que sean adultos sumisos y dependientes de otros? ¿O desearíamos que fuesen personas responsables, capaces de tomar las mejores decisiones en cada momento, de asumir la responsabilidad de sus propios errores y de buscar las soluciones a los mismos?
Posiblemente, si nos paramos a pensar lo que ello implica, nos demos cuenta de que lo que, en realidad, deseamos, para ellos, es que sean responsables y no obedientes. Pero, la responsabilidad se tiene que trabajar desde que nuestros hijos son pequeños, no podemos esperar a que aparezca de repente.
Como adultos que somos, fuimos educados con múltiples modelos educativos, algunos más respetuosos que otros, pero en los que imperaba la obediencia como valor a seguir en la mayoría de los casos. Por eso, es muy probable que tendamos a reproducirlo y sintamos una gran inseguridad cuando no nos hacen caso.
Para poder introducir cambios en nuestro estilo educativo, es importante ser muy conscientes de las necesidades que tienen nuestros hijos e hijas, de nuestra propia capacidad para autorregular nuestras emociones y de los recursos personales de los que disponemos para relacionarnos con ellos. Así, si lo que queremos es educar a nuestros hijos e hijas para que sean responsables y no obedientes, es importante ejercer nuestra propia responsabilidad, poniendo el foco en nosotros mismos para trabajar aquellas habilidades que nos permitan tomar mejores decisiones con ellos. En este sentido, la Disciplina positiva nos proporciona herramientas muy interesantes, para poder trabajarlo.
Cuando educamos para lograr que nuestros hijos sean obedientes, asumimos que el adulto debe tomar el control y ejercer su autoridad, poner las normas y hacer que se cumplan, premiando cuando es así, y castigando cuando no. Aunque la intención es buena y asumimos que lo hacemos buscando lo mejor para ellos, sin querer, estamos promoviendo valores que no son tan positivos. Por un lado, fomentamos la dependencia hacia otras personas y la necesidad constante de recibir la aprobación por lo que hacen. En estos casos, es muy posible que «se porten bien» cuando estamos delante, pero se olviden de hacerlo cuando ya no estamos. Por otro, el miedo a las consecuencias de sus errores se podrá traducir en ineficacia para tomar decisiones, en inseguridad y en la incapacidad para reconocer errores, escaqueándose o culpando a otros siempre que sea posible. En otros casos, especialmente a medida que se van haciendo más mayores, este modelo autoritario fomenta la rebeldía, alejando cada vez más a los hijos de los padres, que buscarán en otras personas el apoyo que sienten que han perdido.
Cuando educamos para que nuestros hijos sean responsables, repartimos el control y el poder. No consiste en pasar de un modelo autoritario a uno permisivo, si no en encontrar el equilibrio entre la amabilidad y la firmeza que nos permita tener los límites necesarios sin perder la conexión emocional con nuestros hijos e hijas.
Para ello, algunas ideas son:
- Garantizar el respeto mutuo, empezando por el ejemplo que les damos cuando les respetamos, y garantizar el amor incondicional, por lo que son y no por lo que hacen. No es suficiente con quererlos, también hay que decírselo y demostrárselo.
- Poner límites porque son fundamentales, dan seguridad a nuestros hijos y les permiten poder anticipar y saber lo que se espera de ellos. Pero estos no deben ser impuestos desde la autoridad. Cuando son muy pequeños, seremos nosotros los que asumiremos un mayor control, pero poco a poco iremos compartiendo ese control, decidiendo juntos las normas, pudiendo negociar u ofreciendo opciones limitadas.
- Aceptar que los errores forman parte de la vida y son oportunidades maravillosas para aprender.
- Enfocarnos en soluciones, acompañándolos cuando cometan errores, validando sus emociones y ayudándoles a encontrar posibles soluciones; sin castigar, ni imponer consecuencias y sin sobreproteger. Esto supondrá que, siempre que su seguridad no esté en peligro, dejaremos que experimenten las consecuencias naturales de su conducta y los acompañaremos para que, poco a poco, tengan más capacidad para tomar mejores decisiones.
- Garantizar que se sienten importantes porque contribuyen al bien de la familia o comunidad a la que pertenecen. Así, tendrán sus propias responsabilidades que irán asumiendo poco a poco y que les permitirán ir desarrollando habilidades. Nos aseguraremos de agradecer estas contribuciones y también crearemos momentos para que valoren lo que otros hacen por ellos. Poco a poco se sentirán más capaces, más seguros y con una mayor autoestima.
Estas son solo algunas ideas para fomentar la responsabilidad en nuestros hijos.
Sin duda, cambiar algunas creencias arraigadas en nuestro comportamiento no es tarea fácil.
Sin embargo, cuando optamos por ejercer una maternidad o paternidad consciente enfocada a acompañar a nuestros hijos e hijas para desarrollar la mejor versión de sí mismos, el esfuerzo merece la pena.
Dedicar tiempo a mejorar nuestras habilidades es una inversión de la que todos nos beneficiaremos.
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