Entrevista a un libro: “Jugar al aire libre” de Katia Hueso.
En la UP somos unos convencidos del valor del juego para el desarrollo físico, cognitivo, social y emocional de los niños, en especial del juego libre. Jugar de manera desestructurada y sin supervisión o directrices de adultos es la mejor manera de que los niños adquieran habilidades fundamentales para toda su vida.
De cara al inminente verano y sus vacaciones escolares, os traemos esta entrevista con un libro que da un paso más y nos recuerda la importancia de los juegos al aire libre, en entornos naturales. La obra es una llamada de atención, un recordatorio de cómo fue nuestra infancia y una reflexión sobre cómo es la de los niños actuales. Un alegato a favor de trepar a los árboles, ensuciarse, el barro y los palos como juguete inmortal.
En primer lugar, ¿por qué esa defensa de los juegos al aire libre?
Nadie duda de que el juego es una necesidad vital de la infancia, pero sin embargo los niños cada vez disponen de menos tiempo para jugar libremente y menos aún para hacerlo en el exterior. Los niños viven cada vez más constreñidos, tanto por sus horarios como a nivel espacial. Mi autora habla incluso de “arresto domiciliario”. Lo que ella sostiene es, precisamente, que es al aire libre donde los beneficios del juego son mayores, donde el acto de jugar adquiere su pleno significado. Piensa un momento y compara las posibilidades de unos niños en una habitación de un piso con lo que pueden hacer en un bosque o en el parque.
Los beneficios son desde físicos hasta emocionales. El cerebro y el sistema musculoesquelético se desarrollan mejor, al igual que la motricidad fina y gruesa y todos los sentidos, especialmente la vista. Por otra parte, el escenario del juego natural es por definición cambiante. Esto enseña a los niños la mutabilidad de la vida y la falta de control que tenemos sobre ella. Nos enseña a aceptar que no podemos manejarlo todo a nuestro antojo ni debemos penar por ello.
¿Cómo entiendes el juego?
Lo cierto es que el juego infantil es algo mucho más serio y complejo de lo que parece. Históricamente va muy asociado a cómo se ha entendido la infancia en cada momento, pero se ha jugado siempre. También se juega en todas las culturas, aunque cada cultura entienda el juego a su manera
En el juego ponemos a prueba las consecuencias de nuestros actos sin que estas sean irreversibles. Por eso es una fuente de aprendizaje tan grande; lo vemos igualmente en gran cantidad de animales que practican, mediante el juego, las habilidades que asegurarán su supervivencia cuando crezcan.
Aunque jugar tenga efectos positivos, estos no se buscan intencionadamente. Jugar es una actividad no finalista; es decir, no tiene otro objetivo que el disfrute mismo del juego. Es el mejor ejemplo de motivación intrínseca, entusiasmo y compromiso con la tarea.
“Para el niño, el juego es un estado fluido en el que se desdibujan las fronteras del tiempo y el espacio y de la propia actividad.”
¿Qué caracteriza a los juegos al aire libre frente a otras actividades lúdicas más estructuradas y dirigidas?
Para mí, el juego reúne cuatro características fundamentales: el placer, la creación, el riesgo y la libertad. Estas características se presentan con más fuerza en el juego libre.
Cuando el juego es de verdad libre, el niño experimenta con personas y cosas, almacena y ordena información, relaciona causas y efectos, resuelve problemas, gestiona emociones. Aprende también a funcionar en su contexto sociocultural, procesa acontecimientos y situaciones que le han casado estrés y desarrolla destrezas psicomotrices.
“La esencia del juego libre, frente al dirigido, es toda la creación, planificación y preparación, que son tanto o más valiosas que el juego en sí.”
A nivel práctico, ¿cómo pueden las familias aumentar su tiempo de los juego al aire libre?
El contacto con la naturaleza (y, por supuesto, el juego en ella y con sus elementos) me parece una necesidad irrenunciable del ser humano. Recomendaría a cualquier persona que se esforzase más por promover ese contacto. Ahora bien, soy consciente de que una cantidad cada vez mayor de gente vive en grandes ciudades y que lo natural tiene poca presencia en ellas. Pero yo hablo de jugar al aire libre, por lo que me vale un patio, un parque, una calle cortada al tráfico… Cuando sea posible, salir al campo (o a la playa, montaña, etc.) También se puede cultivar la relación con la naturaleza mediante huertos urbanos y escolares. Por suerte cada vez surgen más iniciativas urbanas que reclaman espacios para los niños y para la naturaleza.
Me ha llamado la atención, en tus últimas páginas, la parte dedicada a los juguetes
Primero hago una crítica a la deriva del juguete actual. Por ejemplo, considero una falacia los supuestos juguetes educativos. La creatividad de un niño es inversamente proporcional al grado de directividad impuesto por el juguete. Cuanto menos estructurado sea este y menos se restrinja su uso a una actividad concreta, más jugo le van a sacar.
Tampoco me entusiasman los aparatos electrónicos, tan cerrados en sus posibilidades. Además, se tiende a acumular juguetes sin control y a recibirlos como regalo de manera abrumadora; reflejo de la sociedad de consumo desenfrenado en que vivimos.
El juguete no es eso. El juguete es un mediador entre el niño y el mundo, lo provee de refugio, es un confidente y guardián. Le abre camino a la fantasía, a la imaginación. Se convierte en un compañero, al que puede personificar con el rol que desee.
Como dato curioso, en 2012 la revista Wired realizó un ranking de los mejores juguetes de todos los tiempos, cuyo resultado fue: el palo, la caja, la cuerda, los tubos de cartón y la suciedad.
“El juguete ideal es el que nos invita al juego y no se apropia de él. Es un potenciador, catalizador, facilitador, nunca un limitante.”
Jugar al aire libre. Katia Hueso, 2019. Plataforma Editorial.
Y tú ¿qué opinas?
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.