¡Papá, cuéntanos un cuento!
Un hábito diario y diez estrategias para cultivar el hábito de la lectura de los niños
Es la hora mágica de contarle un cuento o leerle un libro a mis hijos antes de dormir. No perdonan un día por cansado que esté yo. Ya es un hábito, un rito antes del sueño reparador. El mejor recurso para sembrar en ellos, junto a la complicidad del momento compartido, la hermosa pasión germinal de la lectura con amor.
Ni Álex ni Marta pueden recordar en qué momento comenzó esta hermosa costumbre, porque Cristina, su madre, mi esposa, amiga y compañera, les habló cariñosa y abundantemente desde que eran bebés, aunque no la comprendieran. Los durmió cantándoles nanas con tanta ternura, como melodía. Y los despertaba con retahílas y poesías infantiles, ingeniosas, alegres y con sonoras rimas. Eran como halos invisibles que envolvieran sus caricias o sus abrazos físicos acunando a nuestros hijos.
Yo sigo percibiendo las palabras como regalos inteligentes y cálidos. Las visualizo como una lluvia de letras y sílabas que van tejiendo las frases y las historias. Luego supe, por investigaciones de la neurociencia, que a los bebés que se les habla mucho desarrollan mucha más mielina en sus conexiones neuronales.
Tal vez piensen que no tiene mérito, si eres un buen lector, que el ejemplo, el deseo y el logro dé como fruto que tus hijos también lo sean, pero sabemos que no es tan fácil. Me consta que mis compañeros de empresa intentan, animosos, cansados y sin mucho éxito posterior, que sus hijos lean pero no lo consiguen porque la atracción de las pantallas digitales tiene «secuestrados» a sus criaturas.
Yo tengo muy claro que el interés por la lectura es y será uno de los factores claves para el éxito escolar y social de mis hijos, tanto en su futuro profesional, como en su crecimiento personal. La curiosidad por los cuentos, los libros y las historias que yo les narro son claves para desarrollar su imaginación, y esta capacidad será una base fundamental para aumentar su creatividad, habilidad imprescindible para la vida y para afrontar nuevos retos.
Mis hijos esperan con emoción el momento, tras lavarse los dientes y hacer pipí, saben que es la hora de la lectura compartida. No importa que con 4 y 5 años –estando todavía en su etapa de Educación Infantil– no sepan aún leer. Ellos caminan ya por la senda natural de las palabras, vislumbrando con curiosidad el horizonte infinito de los libros, alimentando el deseo natural de leer algún día por ellos mismos, porque hojean y miman los ejemplares de su pequeña biblioteca.
Aprendí, por intuición, a narrar historias sencillas como el mejor de los «cuenta-cuentos»; a poner voces diferentes como un variado elenco de actores de radio; a pausar y crear silencios, y a acentuar, con énfasis, la emoción y los momentos de intriga, incluyendo efectos sonoros. Mi habilidad con la voz me llevó a comprender el momento en el que era preciso «despertar» el sueño de mis hijos, valga la contradicción semántica. Pronunciaba con un tono sonoro cada vez más grave y más lento, más suave, con una tenue declinación hacia los silencios…, mientras los ojos se les iban cerrando y se quedaban «fritos» en brazos de Morfeo. A la sesión siguiente vendría el momento de preguntar por dónde se quedó la historia y reactivar su memoria.
Valga decir que ser narrador de Literatura Infantil me sirvió para mucho porque también aprendí a improvisar cuentos para educar en cualquier momento del día. Por ejemplo: para lograr que las verduras hablaran y fueran más simpáticas a sus ojos; para mediar en un conflicto entre hermanos con la presencia de un «hada» invisible; para combatir una mala noticia con el efecto de atención que provoca inventar una historia sencilla de «héroes» colaborativos en su lucha contra los efectos dramáticos de la Covid-19.
Hacer un arte de la sesión de lectura pre-nocturna y extenderla a otros momentos de ocio para mis hijos, precisó algo más de técnica por mi parte y encontré ayuda —como no— en un libro La lectura es divertida, que recoge diez sencillos métodos para cultivar el hábito de la lectura de los niños, y que os comparto:
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- Cuando contamos un cuento o leemos en voz alta una historia infantil es importante invitar a predecir lo que sigue: «¡Adivina qué sigue a continuación!»
- Descifrar palabras desconocidas para ellos: «¿Qué significa esto?»
- Enseñarles a distinguir diferentes materiales de lectura: «¿En qué se diferencia este libro de aquel otro?»
- Relatar por sí mismos lo leído: «Cuéntamelo con tus propias palabras»
- Identificar distintos puntos de vista de los protagonistas para aumentar la empatía y la inteligencia emocional: «Cómo lo ve cada uno, mira a través de los ojos de otra persona».
- Detectar claves para saber interpretar un libro: «Leer entre líneas».
- Captar las principales ideas: «¿Cuál es la idea principal?».
- Aprender, disfrutar y recrear la historia: «Echa a volar tu imaginación».
- Enseñarle a crear sus propias historias: «Ahora vamos a escribir».
- Favorece el pensamiento crítico y el placer lector: «¿Te gustó este libro?»
No sería honesto con ustedes si no les confirmara que los nombres de Álex, Marta y Cristina son simulados, pero este texto no es pura invención, está basado en mi experiencia y en la realidad con éxito de numerosas familias. Muchos años más tarde, los niños reales que inspiran este post, mis hijos, ya mayores, son buenos lectores, estupendos creativos y buenas personas. ¡Gracias por leerme hasta el final!
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