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¿Puede la filosofía proteger contra el adoctrinamiento?

El tercer jueves de noviembre se celebra el Día Mundial de la Filosofía, una actividad que tiene gran presencia en la UP y de la que no podemos ser más defensores. Hacer filosofía es mucho más que disertar sobre temas complejos y abstractos con un vocabulario grandilocuente. Nos gusta ver a esta disciplina como un servicio público, en palabras de José Antonio Marina. Una filosofía que se posiciona al nivel del ciudadano, que sale a la calle y se preocupa por temas que nos afectan a la vida cotidiana. Una filosofía que no queda en manos de sabios y excéntricos sino que puede y debe ser practicada por cualquier persona. Porque todos tenemos capacidad de reflexión, de análisis y discernimiento. En este mundo acelerado necesitamos pararnos a pensar, ejercer el pensamiento crítico, cuestionar, matizar, dialogar, proponer y mantenernos alerta ante el dogmatismo que nos acecha.

Y ese «todos» no excluye a los más pequeños. Filosofía e infancia, aunque resulte raro, están más unidas de lo que parece. De hecho, una forma clásica de describir la actividad filosófica es «mirar la realidad con ojos de niño». Con asombro, intriga y curiosidad. Si les damos la oportunidad -si partimos del respeto, la escucha y la no infantilización- los niños son grandes filósofos que sorprenden a más de uno. Por eso no es nada descabellado hacer filosofía con niños, un ejercicio que poco a poco va ganando seguidores. 

Hoy hemos invitado a escribir a Ellen Duthie, creadora de Wonder Ponder, una fascinante colección de materiales de filosofía visual para niños, que, además, cumple 5 años. ¡Felicidades!

Filosofía y educación en valores

A menudo parece que la distinción que hacemos entre educación y adoctrinamiento depende de si compartimos o no compartimos los valores que se están tratando de inculcar.

Yo acuso: tú adoctrinas. Yo, al tratar de inculcar los valores que considero deseables de transmitir a niños y jóvenes, educo. Tú, al tratar de inculcar los valores que tú consideras deseable transmitir a niños y jóvenes pero que a mí en cambio me parecen aberrantes, adoctrinas.

En ambos casos, lo llamemos adoctrinamiento del valor ajeno o inculcación del valor propio, el modelo subyacente parece ser un modelo de transmisión de adulto a niño más o menos directa y más o menos fácil de poner en marcha y ejecutar, por el cual el niño incorporaría a su propio sistema de valores y a su propio esquema de actitudes ante el mundo y ante sus congéneres los valores que nos hemos propuesto transmitirle. Lo ideal además es que esta asimilación se produzca con certeza y sin titubeos. Si el niño o niña asimila un valor concreto (u otro) hasta tenerlo muy claro y no tener duda alguna, según este modelo lo consideramos un éxito.

A este modelo acompaña además una idea de niño muy conveniente para la transacción: el niño como recipiente de valores deseables. Es curioso que cuando hablamos de adoctrinamiento solemos hablar de las intenciones perversas del adoctrinador y de los resultados peligrosos para las mentes infantiles y juveniles, y cuando hablamos de educar en valores, solemos poner el foco en las intenciones positivas del adulto o del sistema y de los resultados beneficiosos para las mentes infantiles y juveniles, sin detenernos demasiado en ninguno de los dos casos en pensar en estas mentes infantiles y juveniles como agentes por derecho propio.

Por una filosofía para todos

¿Pero dónde queda la capacidad de razonamiento de los niños y jóvenes en esta sencilla transacción? ¿Dónde queda su impulso cuestionador? ¿Dónde queda el receptor crítico de ideas, con necesidad de razonar, con dudas, con incertidumbre, con capacidad de escucha y capacidad de cuestionar ideas propias y ajenas?

Si no creamos espacios para la libertad de pensamiento, la exploración de posibilidades e interpretaciones, el análisis de argumentos y el diálogo, el planteamiento de preguntas y la confesión de incertidumbres, si cerramos la posibilidad de la duda, estamos creando las condiciones necesarias para el adoctrinamiento, por muy inconsciente que sea.

Una educación que no adoctrine es necesariamente una educación crítica y una educación crítica que vaya más allá de un pretendido ejercicio de reflexión para llegar a la conclusión deseada desde el principio, es muy difícil de facilitar sin un propósito explícito y un plan claro para articularlo.

Y aquí la filosofía, cuyo Día Mundial celebramos hoy, tiene mucho que aportar, a cualquier edad.

La simple consideración de los niños y jóvenes como agentes con derecho a la razón y voz propia (y por tanto con la responsabilidad de usarla convenientemente) que presupone la propia idea de la práctica filosófica con niños puede tener un efecto si no revolucionario, sí sorprendente.

Reacciones sorprendentes

Una de las reacciones más habituales de madres y padres, maestras y maestros que presencian por primera vez una sesión de diálogo filosófico entre niñas y niños de primaria, por ejemplo, es de sorpresa y asombro, y por varios motivos.

Con las primeras edades, es frecuente que expresen sorpresa ante la capacidad de atención de los niños, el tiempo que están dispuestos a pararse a mirar con detalle y pararse a pensar con cuidado y la consideración casi inmediata de “pensar” como una posible actividad más.

Otros comentarios suelen referirse a la madurez de su reflexión, mostrando a veces asombro ante la complejidad de las apreciaciones y el gusto por detectar matices y sutilezas.

A algunas personas les sorprende la naturalidad y las ganas de abordar temas difíciles o duros y el hambre de indagación y exploración que pueden mostrar.

Y es muy frecuente también mostrarse impresionados con la profundidad de argumentación y razonamiento a la que pueden llegar, incluso alumnas, alumnos, hijos e hijas a los que en otros contextos les cuesta hablar y participar.

La exploración filosófica (no únicamente de temas éticos, también de otras ramas de la filosofía), abre espacios para compartir incertidumbres, para que puedan aflorar dudas de todo tipo y puedan explorarse sin el impulso de tratar de adivinar alguna certeza que se busque transmitir con mal disimulo. Realizada metódica y regularmente, la exploración filosófica puede generar una conciencia de las dimensiones éticas, estéticas y políticas de la vida de los niños y jóvenes.

Objetivo : generar conciencia

¿Garantiza esta conciencia una conducta moral acorde con los valores que desearíamos transmitir a nuestros niños y jóvenes? No, como no lo garantiza tampoco el más sofisticado de los adoctrinamientos.

¿Garantiza que nunca podrán ser manipulados por otras personas? Tampoco puede afirmarse esto.

¿Pero proporciona el hábito de reflexión filosófica herramientas para posicionarse de forma crítica ante opiniones y posturas ajenas, vengan de donde vengan y reduce las posibilidades de que sean presas fáciles de adoctrinamiento y manipulación? Posiblemente, sí.

¿Les dota de confianza en sí mismos para ejercer su juicio de forma independiente y para dudarse y cambiar de opinión? Posiblemente, sí.

¿Les hace capaces de articular pensamientos con más claridad y evaluar pensamientos de los demás con más tino? ¿Les habitúa a respetar opiniones distintas a las suyas? ¿Les aporta herramientas para usar la razón en la resolución de desacuerdos? ¿Les inculca el hábito de pararse a mirar, pararse a leer, pararse a preguntar y pararse a pensar antes de emitir el primer juicio que les cruza por la mente? Posiblemente, sí.

¿Son estos valores que la mayoría de nosotros querríamos inculcar en nuestras alumnas, alumnos, hijas e hijos? Rotundamente, sí. ¿O no?

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