¿Pueden las AMPAs aumentar la colaboración de las familias con los escuelas?

Investigaciones rigurosas del campo de la sociología de la educación han confirmado los efectos beneficiosos en el éxito de los escolares cuando hay una colaboración positiva de sus familias con la escuela. Pero recientes informes han puesto en evidencia el escaso porcentaje de padres que se implican en esa colaboración:
- La proporción de votantes que acuden a elegir a sus representantes al Consejo Escolar del centro, en las elecciones que se suelen realizar durante el mes de noviembre en cada comunidad autónoma de España, es muy baja: un 12%.
- Los miembros activos en la mitad de las Asociaciones de Madres y Padres de Alumnos (AMPAs) de los colegios son muy pocos: menos de diez.
¿Cómo podría aumentar esta necesaria y deseable participación educativa en los colegios e institutos? ¿Necesitamos buscar nuevas soluciones creativas para revitalizar la colaboración familia-escuela?
Breve introducción personal
No escribo este texto simplemente desde la frialdad de los datos o desde la teoría común mayoritariamente aceptada. Aunque me basaré en recientes informes, no sería honesto obviar mi experiencia personal: he sido maestro y director de escuela, he participado en el AMPA del colegio de mis hijos como padre, he sido miembro de dos Consejos Escolares, y una asociación de padres lleva mi nombre y apellido en la escuela rural que diseñé y logré que se construyera en el hermoso entorno de la ensenada de Bolonia (Tarifa). Mi premisa y mi conclusión es clara: los padres siempre han sido aliados de mi labor docente y yo lo he sido de los maestros y profesores de mis hijos.
La comunidad escolar es un concepto a revitalizar para una mejor educación en la órbita de cada centro educativo.
Participación de los padres, tan necesaria como democrática
Pero vayamos a los principios y a los datos. ¿Es cierto que la proximidad, la relación cercana y colaboradora de los padres y madres a los colegios mejora la integración y el resultado escolar de los alumnos y alumnas? Y, por tanto, ¿es necesaria la participación de los padres en los centros educativos?
Sí, lo dicen las investigaciones realizadas por numerosas universidades, lo recoge como un indicador de calidad la OCDE y los informes PISA y lo reconoce como un derecho la Constitución Española de 1978 en su apartado 27.7.
La LODE (Ley Orgánica del Derecho a la Educación de 1985) puso las bases para regular la participación de los padres en el Consejo Escolar, órgano de participación en el control y gestión del centro de los distintos sectores que constituyen la comunidad educativa. Lo componen los siguientes miembros: Director del centro que será su Presidente, un Jefe de Estudios, un concejal o representante del Ayuntamiento; un número de profesores elegidos por el claustro docente que no podrá ser inferior a un tercio del total de miembros del consejo; un número de padres y alumnos, elegidos respectivamente por y entre ellos, no inferior en número a un tercio del total de los miembros del consejo; un representante del personal de administración y servicios; y el Secretario del Centro que actuará como Secretario del Consejo Escolar, con voz pero sin voto.
Bajísima participación en las elecciones a Consejos Escolares
Si la participación de las familias en la escuela es una necesidad dentro del sistema educativo y su valor es fundamental tanto para los resultados escolares como para generar sociedades más democráticas… ¿Por qué no se implican más en la elección de sus representantes en los Consejos Escolares?
La participación media de las familias españolas es de un 12% del total de padres con derecho a voto. Alcanzando un 15% en algunas comunidades autónomas como máximo.
A la vista de los datos es preciso preguntarse: ¿por qué participan tan poco las familias? ¿Podría sostenerse una democracia con tan bajo índice de participación electoral? ¿No debería ser la implicación democrática una actitud reguladora y un hábito participativo en todos los ámbitos de la sociedad?
Minoritaria implicación de padres en la gestión de las AMPAs
Por otra parte, según un reciente estudio realizado por la FAD (Fundación de Ayuda frente a la Drogadicción), con la colaboración del Banco BBVA y de la UNESCO, titulado: “Las AMPAS en el Sistema Escolar Español: cómo son, qué necesitan y en qué creen”, presentado a la opinión pública recientemente (11-11-2019), el 50% de las AMPAs se sostiene gracias a la participación activa y voluntaria de un pequeño grupo de menos de diez miembros, en un 80% de los casos, madres de alumnos. Solo un 20% de AMPAs cuenta con un grupo de veinte miembros activos.
Para Ignacio Calderón, vicepresidente de la FAD, las AMPAs representan “una de las herramientas más eficaces, si no la que más, para hacer real esa capacidad de intervención de los padres y madres sobre la realidad escolar”, y añadió: “debemos habilitar los mecanismos que hagan posible que las familias sientan y ejerzan una mayor influencia en la vida escolar de sus hijos. Solo desde la colaboración y el entendimiento lograremos alcanzar como sociedad una comunidad educativa sana, proactiva, ágil y preparada para hacer frente a los retos del futuro».
Colaborar para hacer frente a los retos y elevar la calidad educativa
Desde la UP hemos tenido siempre muy claro que nuestra primera función directa como progenitores es educar bien a nuestros hijos, pero también tenemos una función indirecta que es colaborar con sus centros educativos y con sus profesores.
El sistema educativo es mucho más amplio que el mero sistema escolar, porque la sociedad también educa y debe hacerlo consciente y responsablemente para que todo un país priorice la sociedad del aprendizaje, como única fuerza capaz de hacer frente a los retos del presente y del futuro.
Pero, centrándonos ahora en el sistema escolar —el que se articula entre los centros educativos desde las Escuelas Infantiles a la Primaria y de esta a la Secundaria—, la colaboración entre docentes, familia y administraciones debería ser incuestionable y potenciada, por necesaria y productiva, para conseguir la mejor calidad humana educativa para nuestros hijos y nuestros alumnos: los auténticos destinatarios de todo nuestros esfuerzos como padres y docentes.
Aún así, el citado estudio, realizado entre 161 AMPAs que representan a 21.000 familias, deja claro la gran precariedad de estas asociaciones, más presentes en los centros públicos y mucho menos en los concertados y privados. La mitad de ellas no dispone ni siquiera de un espacio propio en el centro, ni ordenador ni teléfono. Más de la mitad no disponen de apoyo económico, salvo las cuotas de los asociados que suelen oscilar entre diez y veinte euros al año, solo un 2% tiene una cuota de 50 o más euros al año, y un tercio de ellas recibe alguna ayuda del Ayuntamiento de su municipio y solo un 10% de la comunidad autónoma.
La unión hace la fuerza
El sobreesfuerzo del núcleo de padres que mantiene activa el AMPA de cada colegio hace que sea menor el número de padres implicados. Agravado por la rigidez horaria de las empresas para facilitar la conciliación de la vida laboral con las responsabilidades educativas familiares.
La falta de reconocimiento de algunos equipos directivos al papel mediador de estas asociaciones en posibles conflictos con otros padres, extrema la sensación de que las AMPAs parecen ser requeridas solo para colaborar en salidas escolares, fiestas y actos de puertas abiertas del centro.
En algunos otros casos, son los propios padres (no asociados) los que consideran críticamente que ciertas directivas de AMPAs cumplen una función de mero ornamento y seguimiento a la dirección del colegio, pero no ofrecen nuevas alternativas. Aunque es más común entre cierto sector docente la incomprensión del papel de estas asociaciones de familias cuando plantean alguna crítica (razonable o no) a la labor de algún profesor. Siendo radical la postura de la corriente autodenominada “anti-pedagogía” que quiere a los padres totalmente fuera de los centros.
Sin embargo, las AMPAs suelen ser el ariete de luchas y reivindicaciones para exigir mejoras escolares en colegios, dotaciones y recursos, y –a veces– con extrema generosidad difusora son también impulsoras de boletines informativos para la comunidad escolar y promotores de escuelas de padres presenciales en los centros, en las que promueven charlas de expertos a las que suelen asistir, generalmente, y según sus propias palabras “los padres que menos necesitan esa formación”, los más concienciados.
Si la participación de las familias en la escuela es positiva y necesaria, ¿por qué no favorecemos más los factores que estrechan y tejen vínculos en la comunidad escolar? ¿Por qué es tan poco reconocida y apoyada la labor de las AMPAs en la mayoría de los centros, tanto por los propios padres como por los docentes?
¿Qué papel desempeñan las federaciones nacionales de AMPAs: CEAPA y CONCAPA?
La inmensa mayoría de las AMPAs reivindica el pacto educativo, que garantice la estabilidad legislativa del sistema educativo, al margen de los cambios de Gobierno, petición común también entre los docentes, pero –mientras tanto– ¿por qué no forjar un compromiso o un pacto social de base en cada colegio, en cada municipio, en cada provincia para incrementar la colaboración común familia-escuela?
La complejidad sistémica requiere una sociedad del aprendizaje
No es posible entender que todos deseemos un sistema educativo mejor y no aceptemos el consenso derivado de que los sistemas son el resultado de la suma multiplicada de muchos factores que hay que ver y analizar desde cada uno de ellos para facilitar las sinergias de colaboración. Un análisis sereno nos invita a observar el conjunto del sistema desde diferentes perspectivas. Primero, desde la mirada de los niños y niñas, segundo desde la posición de las familias (cada día más variadas en su composición). También desde el legítimo e imprescindible reconocimiento social de los docentes y desde el arduo papel de los equipos directivos por gestionar cada colegio o instituto en entornos cada día más multiculturales. También desde la responsabilidad de las Administraciones municipales que deben implicarse cada día más en la educación local. Y, dadas las transferencias a las comunidades autónomas en este sector, es obligado que las respectivas consejerías educativas sean meras administradoras burocráticas de los recursos humanos del sistema, sino que prioricen los grandes objetivos y fines de su esencial tarea reorientando todos los esfuerzos y medios a la consecución de los mismos. Y, por supuesto, sería necesario el liderazgo democrático del Ministerio de Educación y el apoyo mayoritario del Parlamento Español para mejorar una educación de calidad, ampliando el consenso social deseable de la sociedad y sus sectores para aumentar el Índice de Desarrollo Humano y el potencial socio-económico de nuestro país.
La UP tiene muy claro que si queremos construir una nueva escuela, una nueva educación, tenemos que comenzar por poner los cimientos más sólidos: la formación de los padres y la formación de los docentes como dos prioridades nacionales. Pero esto no será posible si no recuperamos la actitud del diálogo, el pensamiento crítico-constructivo y la creatividad social para encontrar nuevas formas de energía y talento educativo.
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