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Tiempo es vida

Sacar adelante la tarea profesional y a los hijos, sustenta una paradoja que descorazona un poco. Si estos dos ámbitos se situaran en los platillos de una balanza, nosotros «actuaríamos de peso», hacia uno u otro, pero siempre como yo, una persona plena que no se puede desdoblar, de ahí la dificultad. El fiel de esa balanza es el tiempo.

Habitualmente vivimos atrapados por el tiempo que se puede contar y medir. En la mitología griega Cronos, el dios del tiempo, devoraba a sus hijos. Mucho me temo que hoy lo sigue haciendo. La mayoría de nuestras dificultades está relacionada con el tiempo que podemos dedicar a las cosas y al orden de prioridades en que las hemos situado. Pero, hay otras dos dimensiones del tiempo. Una de ellas es un misterio: la duración completa de nuestra vida. Conviene pensar, de vez en cuando, en ella para agradecer el inmenso regalo que es un amanecer de lunes, con sus prisas y sus nervios. Existe además otra dimensión. En la Grecia clásica se denominaba Kairós –que significa «la oportunidad»– y nos habla del momento presente. Esas tres dimensiones temporales –el reloj, la duración de la vida y el presente– constituyen nuestro marco de referencia. Y es que el tiempo somos cada uno de nosotros. 

El secreto para entender el tiempo es profundizar en su dimensión de oportunidad. Así es como lo toma la infancia. Los niños y niñas se desenvuelven en un presente absoluto, por eso nunca se compadecen de sí mismos, ni se agobian con las incógnitas del mañana.

La infancia, con su curiosidad insaciable, nos dice que hay una manera más consciente de vivir.

Más allá del reloj existe una dimensión que espera nuestra capacidad de estima, por eso es importantísimo comprender que cada segundo de convivencia familiar es una oportunidad real de felicidad.

Para comprender mejor lo que significa el tiempo en la vida de familia conviene distinguir lo importante de lo esencial. Nuestros hijos e hijas nos lo señalan. Nos piden que los eduquemos bien, que tengamos visión de futuro, que los miremos con atención, que les atendamos de verdad, no a la vez que a nuestras redes sociales, que hagamos algo despacio en su compañía, que no llenemos de actividades todos sus momentos, que les escuchemos, que seamos capaces de vivir con un ritmo más lento. En dos palabras: que convivamos. En siete: que ordenemos bien nuestra escala de valores.

Muchos problemas infantiles –incluso algunos que terminan en tratamientos médicos– son llamadas de auxilio ante la soledad y la falta de atención. Porque «la educación necesita solo dos ingredientes básicos: tiempo y ejemplo», dice la filósofa Victoria Camps. 

A veces, cuando nos faltan horas de presencia en casa, nos han tranquilizado la conciencia con la expresión «tiempo de calidad», sin explicarnos bien en qué consiste. Y en realidad se trata de un ejercicio de concentración que debe realizar el adulto: «¿Con quién estoy ahora? ¿Qué se merece de mí?» Mirar a un hijo con el interés y la asertividad con que se atiende al CEO de la empresa es dar al tiempo y al hijo la importancia que merecen. ¿Para qué? Para conocerlo mejor, para que me conozca mejor, para educarlo, para vivir. 

No es difícil. Podemos elegir un momento cualquiera y vivirlo des-pa-cio, a cámara lenta. Dar la bienvenida al presente puede consistir en algo tan sencillo como apagar las pantallas individuales y reírse juntos. O comprender que llevar a un niño de la mano por la calle mientras se habla por el móvil no es lo mismo que pasear con él. Y, por supuesto, evitar los informativos a la hora de cenar porque no hay noticia más importante que los problemas de la familia durante la jornada. Quien lo prueba comprende que esos minutos son verdaderos tesoros. 

Los padres y madres no podemos resignarnos a permanecer atrapados en un planeta chato de alarmas que suenan y tareas que se prolongan. Por eso es preciso reflexionar sobre nuestra relación con el reloj. El horario laboral puede ser un tirano, ¿lo es para mí? Si la respuesta es afirmativa, ¿tengo alguna posibilidad de liberarme? Aunque sea con un gesto pequeño, significará un paso adelante.

En la vida de un ser humano no hay nada indiferente, cada decisión, cada aprendizaje o encuentro suman o restan. 

El reloj es una herramienta de la que no puedo prescindir y debo aprender a manejar. Pero el momento presente soy yo. Aquí y ahora.

Filósofa, escritora y maestra jubilada. Forma parte del equipo de Up!family donde colabora como autora y tutora.

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