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Hablar para convivir

La comunicación es la herramienta de la vinculación entre los seres humanos. Consiste en un intercambio de información, afectos y acciones, imprescindible para la expresión de la personalidad, el desarrollo del pensamiento, la actuación ante el mundo y la convivencia. De hecho, entre los tres grandes recursos educativos, que son el cariño, la exigencia y la comunicación, esta última es instrumental, porque el cariño y la exigencia la necesitan para expresarse.

Hoy, cuando con frecuencia tenemos un dispositivo delante, es necesario buscar conscientemente la comunicación oral con nuestros hijos e hijas. La convivencia exige expresar en palabras, gestos y actos lo que somos y lo que aportamos. Pero todos necesitamos un interlocutor. No perdamos este rol ante nuestros hijos e hijas: que nuestras palabras inviten y animen a las suyas; que nuestra escucha activa les haga sentirse aceptados tal como son; que nuestra mirada y nuestro afecto los reconforten.

La conversación es la traducción lingüística de la convivencia.

La conversación sirve para entrenar de forma práctica el lenguaje y supone una elección intelectual y moral de lo que voy a contar y a callar, de los argumentos que elegiré, de lo que incorporaré, de lo que aprenderé.

En casa, la conversación debe ser un intercambio de sentimientos, informaciones y pensamientos, un «hablar por hablar», pero no en su significación atolondrada, sino en la del disfrute: estamos juntos, pues hablamos. La reciprocidad es uno de sus principales requisitos, ya que de lo contrario se trataría de un monólogo. Por eso, es importante que nos preguntemos: del número de palabras que destinamos a los hijos e hijas al cabo de un día:

  • ¿Cuántas son órdenes?
  • ¿En qué grado son instrucciones?
  • ¿Y regañinas?
  • ¿Les dirigimos otro tipo de palabras además de estas?
  • ¿Dar instrucciones es hablar?

El diálogo con los hijos e hijas requiere por nuestra parte la voluntad de ser receptivos y de mostrar una actitud comprensiva, abierta y de interés hacia las cosas que dicen, y observadora hacia cómo lo dicen. Su actitud, su postura, que nos mire a los ojos o no…, son elementos de la comunicación que nos dan muchas pistas sobre sus emociones y sentimientos.

Una de las formas en que podemos conseguir esa receptividad es mediante la escucha activa, para la cual podemos seguir algunos pasos:

  • Aproximarnos sin prejuicios
    Si pensamos que «ya sabemos lo que nos van a decir», es muy difícil que nos impliquemos. Hay fórmulas repetidas en nuestros discursos que les producen una «desconexión». Por ejemplo, cuando empezamos las conversaciones con juicios que ya son inapelables. Si lo primero que digo ante una habitación desordenada es «eres un desastre», ¿qué voy a decir después? ¡Ya he empezado por la conclusión! Errónea, además, porque un desastre como persona es alguien que sufre unos desequilibrios afectivos y unas patologías que no tienen nada que ver con nuestro hijo o nuestra hija, por muchos pijamas que haya fuera de los cajones. Los esquemas automáticos constituyen un hábito de conducta difícil de romper. Únicamente la toma de conciencia y la voluntad de crear otros modos de comunicación más eficaces nos pueden ayudar a empezar las conversaciones de forma más positiva.
  • Dar tiempo.
    Es importante no actuar como «aspersores de palabras». Debemos callar de vez en cuando y permitirles un mínimo de tiempo para que respondan. A veces, tras haber planteado una pregunta, apenas esperamos uno o dos segundos para hacer otra o para responder a la primera nosotros mismos. Una pausa que permita algo de tiempo a nuestro hijo o hija para pensar le transmite respeto por su proceso de reflexión. Por eso el silencio tiene un efecto positivo en su capacidad reflexiva; les da la oportunidad de construir respuestas más elaboradas y pensar lo que va a decir. Le comunica una cierta expectación, respeto e interés por lo que tiene que decirnos. No interrumpir ni apresurarles es parte de ese silencio expectante.
  • Repetir.
    Hacer paráfrasis de lo que escuchamos, es decir, repetir con otras palabras lo que nos han dicho, no sólo para asegurarnos de que les hemos entendido, sino para que ellos vean que entendemos lo que intentan expresar. Así podemos enfatizar lo que nos resulta más importante, traducirlo a nuestras palabras, resumirlo sacando algunos puntos importantes…, muestra nuestra comprensión y genera vínculos de complicidad. Es conveniente también parafrasear lo que percibimos en su tono y su lenguaje no verbal, y animarles a dar más detalles o extenderse en aquellas cosas que no están claras.
  • Preguntar.
    Animar a clarificar, preguntar por los detalles, e invitarles a profundizar en lo que quieren decir, muestra el interés activo en lo que dicen y lo importante que resultan para nosotros sus ideas, valores, opiniones y sentimientos. Esto nos ayuda a empatizar con ellos y ellas, y a comprender de forma más profunda cómo son y qué piensan. A ellos y ellas les permite clarificar sus emociones y pensamientos, y darles coherencia. Hacerle preguntas abiertas, que no se contesten con un simple sí o no, les estimula.
  • Contrastar.
    Ofrecerles más información, datos, contrastes y también nuestra visión sobre los asuntos de que hablamos. Si lo hacemos después de los pasos anteriores, no resulta impositivo sino enriquecedor y les ayuda a crecer. Es un error apresurarse a dar consejos y soluciones, sin conocer lo que piensan y qué esperan de nosotros.

Es sorprendente observar cómo reaccionan nuestros hijos e hijas cuando se saben escuchados atentamente y perciben que sus palabras no caen en saco roto.

La comunicación es el mayor tesoro de la familia, vamos a conservarlo bien.

Filósofa, escritora y maestra jubilada. Forma parte del equipo de Up!family donde colabora como autora y tutora.

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