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Bachillerato o Formación Profesional, hacia la vida adulta

Cuando nuestro hijo o hija consigan el Graduado en Educación Secundaria, su periodo de escolarización obligatoria habrá terminado. Por supuesto, esa titulación básica les permitirá acceder al mercado laboral, pero si no apuestan por titulaciones de mayor nivel se verán abocados a empleos de baja cualificación.

Una mayoría tendrá que elegir entre la Formación Profesional de Grado Medio o el Bachillerato. Sus competencias personales, sus hábitos de estudio, sus intereses y su proyección en el futuro condicionarán esta importante decisión. Los adultos debemos estar informados, orientarlos y colaborar con ellos a fin de que transiten por la vía formativa de su elección en las mejores condiciones, y sobre todo sepan que pueden emplear pasarelas de unas modalidades a otras, es decir, volver a empezar.

Si eligen el Bachillerato, ya saben que son estudios que conducen directamente a más estudios, y por tanto es una opción que condiciona la década siguiente de su vida. Van a afrontar un periodo de altísima exigencia académica, así que tal vez podamos recordar cómo fue para nosotros aquella angustiosa sensación de que nos jugábamos el futuro, aunque desde no sea así. Nos toca comprender, apoyar y vigilar cualquier exceso de estrés.

Si han optado por la Formación Profesional es probable que les sorprendan la adecuación de los estudios a sus intereses, la practicidad de los aprendizajes y la cercanía del mundo laboral. Además, la oferta de titulaciones de FP es muy extensa, lo que permite elegir profesiones novedosas, de alta demanda, en función de sus intereses y aptitudes.

Consejos útiles para este momento

Para poder elegir la mejor opción, entre estudiar Bachillerato o dirigirse a Formación Profesional, os dejamos unas claves que pueden resultar de utilidad:

  1. Permitirles la reflexión. Ya no va a ser posible imponer ni obligar a estudiar. Los hábitos de trabajo, los horarios vitales, deben de llevar varios años en funcionamiento. Ahora tienen que llegar a sus propias conclusiones en cuanto a los estudios, e incluso equivocarse al elegir y aprender de sus errores. Podemos aconsejarles a partir de sus puntos fuertes, pero ya no podemos rectificar por ellos.
  2. Mantener las normas más valiosas. Los límites son más importantes que nunca, pero solo aquellos que son verdaderamente esenciales. Las normas de cara a los hijos de dieciséis a dieciocho años deben ser pocas, razonables, realistas y dirigidas a lo fundamental. En lo que permita márgenes para el error, mejor confiar en ellos.
  3. Hablar menos y escucharlos más. Ellos son quienes se encuentran ante las pruebas a superar y nuestra tarea debe fundamentarse en mirarlos con atención y escucharlos lo mejor que sepamos. Solo así podremos estar disponibles y convertirnos en el apoyo familiar que necesitarán siempre a lo largo de la vida.
  4. Preguntar más, permitirles proyectar su futuro. Las preguntas son fundamentales para pensar, para desarrollar el pensamiento crítico, para distinguir los hechos de las opiniones. Nuestras preguntas deben movilizar su capacidad de razonar y de explicarse a sí mismos: ¿por qué? ¿Cómo vas a hacerlo? ¿Para qué? ¿Cómo te ves tú en el futuro? ¿Qué tipo de trabajo te gustaría?, ¿Qué crees que se te da mejor? Debemos animarlos a comprender que sus aficiones, si realmente les apasionan, también pueden tener un enfoque laboral.
    Es importante estar preparados para aconsejar profesionalmente cuando nos pidan consejo, que lo harán. La respuesta no puede conformarse con un «estudia lo que quieras». Debemos ayudarlos a aclarar sus ideas: ¿qué es lo que te gusta? ¿Dónde te sentirías más cómoda? ¿Qué te imaginas haciendo el resto de la vida?
  5. Confianza, respeto… y muchas conversaciones. Conocer y respetar sus dones, sus aficiones, las cosas que les ilusionan, poner en valor las que se le dan bien, las que son valiosas para ellos. La confianza y el reconocimiento llegan a través de la conversación, siendo generosos con el tiempo que les dedicamos o al menos con nuestra disponibilidad para ellos, buscando el espacio, apagando nuestros móviles y redes cuando estemos en familia. Ante cualquier hecho o noticia, debemos preguntar su opinión. ¿Acaso no recordamos lo formada que estaba ya nuestra visión del mundo a los diecisiete años? ¿Por qué entonces creemos que ellos son inmaduros? También debemos hablar del mundo laboral, puesto que lo conocemos: cosas nuevas que están pasando, nuevos profesionales que busca nuestra empresa, por dónde van las tendencias de nuestro sector. No se trata de que sigan nuestros pasos, sino de que aprendan a tener en cuenta el contexto económico y profesional en el que van a tener que desarrollarse.
  6. Compartir tiempo. Debemos poner en común inquietudes, proyectos y deseos, con cualquier excusa porque lo importante es que la comunicación fluya. Nunca dejemos de sentirnos una familia.
  7. Confiar en su capacidad de organización. De la misma forma en que han culminado la Secundaria, serán capaces de sacar adelante este nuevo periodo. Y así se lo diremos.
  8. Moderar nuestra presión sobre los resultados académicos. Los bachilleres van a recibir una presión inusitada para aumentar las notas, sobre todo de cara a la Selectividad. Quienes han optado por la FP probarán por primera vez la exigencia empresarial. En la medida de lo posible, no aumentemos esta presión, sino enviemos señales de apoyo, orientemos y, de vez en cuando, premiemos su esfuerzo. Muchos se lo merecen y, sin embargo, como van bien, lo consideramos natural.
  9. Implicarnos en lo suyo. A veces, sentimos la tentación de mantenernos al margen, sin enterarnos de cómo son sus asignaturas ni cuánto les cuestan. Pero es importantísimo que estemos al tanto de los contenidos que estudian.

Conclusión

Comprender, escuchar y mirar son nuestros buenos propósitos para ayudar a nuestros hijos e hijas a elegir la mejor opción académica y a caminar seguros por la adolescencia.

Filósofa, escritora y maestra jubilada. Forma parte del equipo de Up!family donde colabora como autora y tutora.

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