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¿Cómo afianzar las ganas de estudiar en nuestros hijos e hijas?

Cuando avanza la adolescencia, nuestros hijos e hijas pueden pensar en el mundo laboral, aunque sepan que, sin el graduado en ESO, solo hay empleos de baja cualificación. No obstante, si necesitan trabajar para centrarse personalmente, debemos apoyarlos.

Sin embargo, lo más frecuente es que opten por la formación profesional o la universidad.

Pero, es posible que todavía nos pregunte por qué hay que estudiar. Si es así, lo más adecuado es devolverles la pregunta. Sus respuestas estarán seguramente entre estas:

  • Porque se adquieren conocimientos.
  • Porque aprender desarrolla las capacidades.
  • Porque te ayuda a encontrar un trabajo y un lugar en el mundo.
  • Porque quienes estudian ejercitan el cerebro.
  • Porque saber cosas y entender las razones por las que suceden hace progresar a la humanidad.
  • Porque la consecuencia de no estudiar es la ignorancia. Y a las personas ignorantes se las puede manipular.

Nuestra segunda pregunta debería ser entonces: ¿Por qué estudias tú? Y seguramente las respuestas estarán comprendidas en este abanico:

  • Porque me interesa lo que estudio y me gusta saber.
  • Porque quiero teneros contentos.
  • Porque me doy cuenta de que progreso.
  • Porque estoy acostumbrado a obedeceros.
  • Porque mis amigos estudian.
  • Porque he adquirido el hábito de hacerlo.
  • Porque me da miedo el castigo.
  • Porque no me exige demasiado esfuerzo.
  • Porque sé que será útil en el futuro.
  • Porque quiero ser…

Descartadas las necesidades educativas especiales, si estudia sin ganas, si lo vamos empujando para acabar los cursos y aprobar las materias, debemos preguntarle por las causas. Quizá se ha acostumbrado a seguir la corriente del grupo, o cree que no sabe hacerlo bien, le falta confianza en sí mismo, le carece de hábito de estudio o de capacidad de organización. Puede ser también una cuestión de capacidades y, si es así, debemos reajustar nuestras propias expectativas.

En cualquier caso, no podremos ayudarles a avanzar si no afianzamos su autoestima.

¿Cuál es nuestra función, como padres y madres?

En esta época de la vida el deseo de estudiar solo puede construirse a partir de otros deseos fundamentales: la aceptación, el conocimiento de sus puntos fuertes y las experiencias de éxito.

Por tanto, si le animamos se comportará de manera distinta que si está desanimado. Si le hablamos con entusiasmo, despertaremos mejor su interés que con las amenazas y la ira. Recordemos que la acción puede cambiar los sentimientos de una manera muy poderosa.

El sentimiento de la propia competencia aumenta la autoconfianza y la autoestima.

Un aprobado puede traer muchos otros detrás. En cambio, la rumia o la introspección continuada sólo sirve para que nuestra preocupación enraíce más profundamente. Lo más importante para estudiar es adquirir el hábito y eso necesita repeticiones, rutinas, estabilidad y horarios.

Una vez establecida la utilidad del estudio, con la importancia que tiene que ellos se escuchen pensar, llega la necesidad de que estudien más. Argumentar a favor de la conveniencia de hacer algo sería infalible si no existiesen también las emociones. Por eso, los razonamientos son más eficaces cuando enlazan con los sentimientos, las creencias o los hábitos. Sin embargo, el pensamiento crítico —la previsión de las consecuencias— puede cambiar el comportamiento porque altera las creencias.

Cuidado con nuestra forma de hablar:

  • «No lo conseguirás si no lo intentas», empieza por el fracaso.
  • «Cuando lo intentes, lo conseguirás», empieza por la condición del éxito.
  • «Inténtalo, sé que lo conseguirás», empieza por la confianza.

Si nos decimos a nosotros mismos las tres frases en voz alta mientras pensamos en un problema laboral, comprenderemos inmediatamente la diferencia.

Por supuesto nuestros argumentos a favor del estudio estarán relacionados también con el valor del esfuerzo. Un adolescente de dieciséis años está ya en el umbral de ganarse la vida y de aportar valor a la sociedad. Si decide esforzarse más, las recompensas se dirigirán a ese esfuerzo y no tanto al resultado.

Otros argumentos estarán relacionados con su proyecto vital: qué se ve haciendo y los pasos necesarios para lograrlo. Ayudarle a descubrir sus puntos fuertes, habilidades e intereses por temas a los que se podría dedicar laboralmente puede servir para que le encuentre sentido al estudio.

Conclusión

En cualquier caso, la motivación para el estudio debe ser intrínseca. El esfuerzo es suyo, las metas son suyas. Es importante eliminar los obstáculos que desmotiven: averiguar las dificultades concretas, el estado de ánimo con que se enfrenta a la universidad o el instituto de FP, si se siente aceptado o rechazado por el grupo.

La eclosión emocional de la adolescencia tal vez ha dejado huellas en la desmotivación por el aprendizaje.

El psicólogo Robert Sternberg define las características comunes a las personas con una inteligencia de éxito: se automotivan, se concentran en sus objetivos,  tienen capacidad para aplazar la gratificación, aprenden a controlar sus impulsos, saben cuándo tienen que perseverar, saben cómo sacar el máximo partido de sus habilidades, traducen el pensamiento en acción, se orientan hacia el objetivo, terminan lo que empiezan, tienen iniciativa, no les da miedo equivocarse, no postergan las cosas, aceptan las críticas, no se compadecen de sí mismos, son independientes, tratan de superar las dificultades personales, no hacen demasiadas cosas a la vez pero no dejan de hacer cosas y tienen confianza en que pueden alcanzar sus objetivos.

¿Cuántas de estas cualidades posee nuestra hija o nuestro hijo? Más de cuatro con toda seguridad.

Debemos hacerles saber que poseen muchos rasgos de una inteligencia de éxito y pueden afrontar con éxito los retos de la adolescencia.

Filósofa, escritora y maestra jubilada. Forma parte del equipo de Up!family donde colabora como autora y tutora.

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