De Primaria a la ESO: claves para el paso de la frontera
La primavera de los doce años trae consigo un pequeño sarpullido emocional. Lo provoca la incertidumbre por el cambio de etapa educativa.
Hace algunos años, el profesor Álvaro Marchesi, autor de la LOGSE –ley que creó la actual estructura del sistema educativo español– me reconoció en una entrevista que el adelanto a los doce años de este cambio de etapa había sido prematuro. Pero lo sea o no, con él seguimos.
En estos meses, nuestros hijos e hijas han comenzado a imaginar cómo será el próximo curso, y su imaginación anda ocupada en crear escenarios donde sus posibilidades futuras sean las protagonistas.
¿Qué desea ser de mayor?
En la infancia la respuesta a esa pregunta depende de sus aficiones y modelos. Ahora, la respuesta es menos explícita y empieza a vincularse a la percepción de las propias capacidades y a las posibilidades reales que observan a su alrededor. También se generan sus expectativas en negativo, saben lo que ‘definitivamente’ no quieren ser.
Una profesora de la Universidad de Standford, Hazel Markus, ha introducido un concepto muy sugerente en psicología, el de los «yoes posibles»: «son las personalidades posibles que nos gustaría muchísimo llegar a tener. También son los yoes que podríamos ciertamente ser y los yoes en los que nos da miedo convertirnos».
La manera en la que ellos se imaginan a sí mismos tiene una fuerza motivadora muy importante. Puede ayudarlos a conseguir metas y a perseverar en las tareas. Si han pensado hacia dónde quieren ir, es más probable que inviertan el esfuerzo necesario para conseguirlo. Si a una estudiante le apasionan los videojuegos y se imagina como programadora, descubrir la relación entre el álgebra y los videojuegos le motivará para la clase de matemáticas. Por el contrario, si algo la horroriza, intentará evitarlo por todos los medios. Imaginar cómo será lo que viene a continuación funciona como un motor poderoso de maduración y cambio.
Por tanto, si los adolescentes tienen una visión positiva, clara y coherente de cómo podrían ser en el futuro y qué desean que ocurra, es más probable que tengan fe en ellos mismos y sean más constantes para conseguir sus metas.
Propuesta de fases para el paso a Secundaria
En su proceso de pensar el paso a la Secundaria –que es individual– podemos ayudarlos si les proponemos centrarse en tres fases:
- Generar una visión positiva de la realidad, no fantasiosa. Sueños y proyectos no son la misma cosa. Las visiones de ellos mismos comienzan por explorar sus fortalezas y aficiones, sobre las que construir su desarrollo personal. Esta exploración no se realiza en un día, sino que supone pensar sobre uno mismo. Si nosotros, sus padres y madres, conocemos bien los puntos fuertes de nuestros hijos e hijas, podemos despertar en ellos la ilusión de desarrollarlos. Ahora bien, tienen que ser los puntos fuertes de ellos, no los nuestros traspasados a su futuro.
- Identificar la meta. Metas son los estadios del camino que vamos superando, que son correlativas, como en una carrera de obstáculos. Esas sí que tienen que ser visibles, realistas y alcanzables en un plazo de tiempo, si la implicación personal es adecuada.
- Planificar los pasos para alcanzar las metas, en el día a día, en relación con lo que hacen, cómo se organizan su tiempo, qué tienen que sacrificar para conseguirlo. Nosotros, los padres y madres, debemos acompañar su proceso con algunas actitudes fundamentales:
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- La Secundaria es un periodo de intenso aprendizaje académico pero también social, y debemos equilibrar la importancia que le damos a estas dos facetas. Ni todo es estudio ni todo es sociabilidad. Ayudemos a establecer el tiempo de cada cosa.
- Mantener el contacto con los profesores. Esto no es tutelarlos ni supervisar todo lo que hacen mientras están en clase, porque sería un esfuerzo imposible. Nuestra tarea es permanecer interesados por lo que les sucede en el centro educativo, por lo que van aprendiendo, por lo que les estimula y por lo que rechazan. Y establecer un diálogo que permita al profesor conocer bien a nuestro hijo y singularizarlo.
- Comprender que el ocio es sano y que debemos permitirles un margen de libertad para elegir su deporte, su hobby o sus amigos.
- Proponerles modelos de comportamiento que sean estimulantes, para contrarrestar el mensaje general de «éxito es lo mismo que fama, no importa de qué la tengas».
- Generar espacios de formación fuera de la escuela sin agobiarles. Que respondan a sus intereses y gustos, no solo a nuestra necesidad de conciliación.
- No consentir nunca la insinceridad que falsifica notas (¿de qué tiene miedo?) ni el absentismo. Si falta a clase un día lo reprenderemos seria y serenamente, pero debe de haber consecuencias. La escuela es su compromiso, el estudio su aportación a la sociedad y a la familia.
- Valorar y premiar el proceso y no solo el resultado. «¿Estudió con seriedad y con todas sus fuerzas?» Entonces el 6 y el 9 son simples números, una foto fija que no muestra la realidad de su esfuerzo.
- Mantener con seriedad las metas. El graduado en ESO es una meta irrenunciable. A partir de ella, habrá distintas variables.
- Facilitar un lugar de estudio donde haya silencio y respeto. No lo fomento si mientras ella o él estudian yo estoy sumergida en mi red social o tengo la televisión encendida a todo volumen. Acompañemos con inteligencia y generosidad su estado de ánimo y su concentración.
- No angustiarnos ni se obsesionarnos por sus notas. Se pueden aplazar los aprobados a la convocatoria extraordinaria, incluso al curso siguiente. Lo importante es la actitud de estudio y seguir adelante sin desanimarse.
- Comprender que el cambio de la Primaria a la Secundaria es tan serio y tan angustioso como un cambio de trabajo para nosotros. Acompañar con paciencia los temores y malos humores que pueda desencadenar.
Comprender, escuchar y mirar son buenos propósitos (nuestros) para ayudarles a pasar esta frontera y a caminar seguros por la adolescencia.
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