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Discípulos de Sócrates: enseñar a aprender

Aprender es cambiar nuestros conocimientos, sentimientos o conductas por la acción de una experiencia.

Continuamente estamos aprendiendo y siempre lo hacemos desde una situación previa, por eso hablamos de «cambiar». Parte de la educación de los hijos e hijas consiste en seleccionar las experiencias que deseamos proporcionarles. No queremos exponerlos a situaciones horribles, sino a experiencias estimulantes, que les permitan sentirse queridos y seguros. Sin embargo, a veces descuidamos nuestra propia actitud y no nos damos cuenta de que el «contagio» de nuestra visión del mundo es inevitable y constituye el modo en que se transmiten los valores.

Por eso, nos conviene tener en cuenta dos factores:

  1. Un buen método educativo aumenta la probabilidad de que suceda lo que deseamos, pero ellos son únicos y nosotros no somos omnipotentes. La educación será más eficaz si conocemos e interactuamos en el entorno donde se educan (escuela, redes, amigos, etc.).
  2. El objetivo de la educación es adquirir hábitos adecuados. Los hábitos son pautas de conducta que se adquieren por repetición, y que facilitan la realización de una acción. Tocar el piano, aprender un lenguaje, dominar las matemáticas, jugar al tenis, ser creativo o responder agresivamente son hábitos adquiridos. Toda repetición de un comportamiento va constituyendo hábitos. Estudiar, por ejemplo, es un hábito.

¿Qué significa enseñar a aprender?

En el centro educativo, nuestros hijos se encuentran inmersos en el aprendizaje por competencias. En este marco, la séptima competencia es aprender a aprender.

Para nosotros, enseñarles a aprender es enseñarles a pensar.

En general, la mayor parte de nuestro tiempo con ellos la dedicamos a transmitir información: órdenes, instrucciones o planes. En clase les pasa lo mismo: todos son datos y aprender es acumularlos y saber repetirlos en un examen.

Sin embargo, una cosa es aprender contenidos y otra aprender estructuras. Las estructuras marcan posibilidades para relacionar, combinar los contenidos y encontrar las diferencias entre ellos. Existe una enorme diferencia entre repetir una frase y comprenderla.

Por eso, para enseñarles a pensar, nosotros debemos pensar, que no es lo mismo que reflexionar. Cuando yo decido si voy a comprarme unos zapatos de tacón alto o plano, reflexiono. Pero, esa decisión no implica pensamiento.

Pensar es estructurar, dar forma, dar significado y, sobre todo, revisar incluso nuestras propias conclusiones para poderlas estructurar más tarde de otra manera, con otro enfoque.

Pensar es crear algo nuevo, aprender algo de mí mismo que antes no sabía.

Y este es un proceso individual. Se piensa solo, pero no a solas.

Sócrates decía que de su madre, una comadrona, había aprendido que pensar era extraer una verdad. ¿Cómo lo hacía? Preguntando, preguntando y preguntando.

Tenemos que preguntar constantemente a nuestros hijos para hacerles pensar, pero no de cualquier manera, no solo sobre sus gustos y aficiones, o sobre lo que han hecho, sino sobre su conocimiento –lo que saben y lo que desean saber–, sobre sus
emociones –cómo se sienten–, y sobre sus proyectos –qué desean conseguir, cómo se han planteado hacerlo–. Es importante dialogar a diario, preguntarles su opinión sobre las cosas hasta que, finalmente, saquen a la luz la verdad que tenían adormilada adentro. Sócrates confiaba en este método y nos animó a convertirnos en filósofos, porque la filosofía no responde, pregunta.

  • Enseñarles a pensar es prepararlos para resolver problemas que no admiten soluciones simples, únicas y prefabricadas.
  • Enseñar a pensar es formar para la reflexión como antesala de la acción, para desarrollar el espíritu crítico y la capacidad de adecuarse a una realidad que cambia constantemente y, a veces, dramáticamente; es también formar ciudadanos con aptitudes para conocer a los otros y a una sociedad compleja.

Esto significa que los pensamientos deben estar orientados conscientemente hacia algún objetivo, que deben basarse en información lógica, sólida y confiable y no solamente en prejuicios o ideas preconcebidas.

Si pudiésemos ver a cámara lenta los cerebros de nuestros hijos e hijas mientras piensan lo que nos van a responder, contemplaríamos esta maravillosa secuencia:

  • Identifica la cuestión.
  • Valora las posibles soluciones o recursos.
  • Representa y organiza la información que posee.
  • Visualiza las estrategias para resolverlo.
  • Formula una estrategia.
  • Nos responde.
  • Evalúa la solución tomada.

¿Cuál es nuestra tarea?

Como padres y madres, nuestra tarea es crear la rutina de preguntarle: ¿Por qué has tomado esa decisión? ¿Por qué eliges esto y no esto?

Debe de estar claro que no lo hacemos para juzgar sino para que, al poner su pensamiento en palabras, ese mismo pensamiento madure y crezca.

Y una segunda tarea es acostumbrarnos a pedirle ayuda para resolver problemas cotidianos. Ellos piensan sobre la realidad y tienen ya muchas soluciones en mente. ¿Qué opinan del botellón? ¿Y de la política? ¿Cómo organizamos las vacaciones este año? ¿Cómo atendemos al abuelo?

Su respuesta será razonada, nos gustará conocerla y tal vez nos ayude a solucionar el problema planteado. Y ellos se sentirán miembros importantes de la familia. Nunca vamos a arrepentirnos de vincularlos así.

Conclusión

A los adolescentes acostumbrados a pensar, por lo general, les entusiasma el aprendizaje e identifican oportunidades de aprender en todas las facetas de la vida.

Suelen ser conscientes de las oportunidades de utilizar sus habilidades de pensamiento crítico, y generalmente sacan provecho de estas con entusiasmo, ya sea en el contexto escolar o en su entorno. Por cierto, enseñar a pensar incluye dar todas las facilidades posibles para que lean y, esto es importantísimo, para que escriban.

¡Animadlos a escribir!

Filósofa, escritora y maestra jubilada. Forma parte del equipo de Up!family donde colabora como autora y tutora.

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