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¿Hablamos de virtudes?

«Los sistemas de valores son todo lo que tenemos en el mundo, la única densidad, espesor y riqueza de nuestra experiencia, el único ser».

Gianni Vattimo

A veces nos sucede que, cuando regresamos a casa después de las vacaciones, nos encontramos desubicados. Se ve otro paisaje desde las ventanas y eso es suficiente para hacernos sentir «de vuelta al trabajo». Es posible que, en la educación de nuestros hijos e hijas, nos suceda lo mismo: demasiada flexibilidad en los horarios, mucha transigencia, permisos para todo… Y para un curso que comienza necesitamos recuperar, con urgencia, hábitos y rutinas, tal y como hablamos en un post anterior de nuestra tutora Ghada Aboud.

A pesar de los agobios del regreso, conviene pensar qué estamos haciendo para recuperar la idea de finalidad: «Todo esto que haces, ¿para qué sirve?» –nos preguntarían nuestros hijos e hijas a poco que buscásemos un hueco para hablar un rato, entre libro y libro que hay que forrar.

Y es que esa es la pregunta: «todo lo que hacemos con ellos, contra ellos, por ellos y para ellos, ¿para qué sirve?». La respuesta es sencilla y misteriosa a la vez: para que sean felices en el futuro.

El proceso equivale a mostrarles un camino, proveerles de buenas botas, cogerles de la mano los primeros tramos y apartarse después, para que puedan hacer camino al andar.

Las herramientas con las que se educa son el amor y el sentido común y los ingredientes son los valores.

Los valores son las cualidades positivas, reales y no relativas, de las actitudes humanas. Se los transmitimos porque sabemos que les servirán para vivir. Pero, como dice Aristóteles, que es especialista en este asunto: «Primero recibimos las facultades y después ejercitamos sus actividades».

Las virtudes, en cambio, las recibimos después de haberlas ejercitado primero. Nos hacemos justos realizando acciones justas. Y de no ser así, ninguna necesidad habría de que alguien nos enseñara. Somos nosotros quienes enseñamos las virtudes con nuestro propio ejemplo. Por eso, conviene repasar cuáles son y lo que significan, para escoger, entre ellas, las que queremos que nuestros hijos e hijas ejerciten.

Linda Kavelin las enumera en su Guía de virtudes para la familia de la UNESCO. Estas son:

  • Afán de superación: empeño constante en hacer las cosas lo mejor posible.
  • Alegría: capacidad para potenciar el bienestar propio y el de los demás.
  • Amabilidad: implicación en el bienestar de otros.
  • Amor: capacidad de cuidar y compartir las vivencias más personales con alguien.
  • Apacibilidad: mantener un estado interior de tranquilidad.
  • Autodisciplina: capacidad para controlar por uno mismo los impulsos.
  • Compasión: capacidad para preocuparse por quien sufre.
  • Confianza: contar con los demás y creer en sus posibilidades.
  • Consideración: respetar los sentimientos de los demás.
  • Cordialidad: interés sincero por los demás.
  • Cortesía: empleo de buenos modales.
  • Creatividad: expresar ideas nuevas.
  • Delicadeza: actuar de manera consciente para no herir a los demás.
  • Determinación: concentrar toda la energía en una tarea concreta.
  • Entusiasmo: actuar con entrega, de manera alegre y sin aparentar el esfuerzo.
  • Fidelidad: mantenerse firme en lo que uno cree o siente.
  • Firmeza: ser constante y ceñirse a un objetivo propio.
  • Flexibilidad: apertura a los cambios.
  • Formalidad: llevar a cabo los compromisos adquiridos.
  • Generosidad: compartir sin esperar recompensas.
  • Gratitud: reconocer lo que se ha recibido de los otros.
  • Honorabilidad: vivir respetando lo que uno considera correcto.
  • Honradez: hacer una promesa o dar una palabra y cumplirla.
  • Humildad: reconocer la propia necesidad de mejorar.
  • Idealismo: capacidad para creer que el mundo puede ser mejor y actuar para llevar a efecto esa creencia.
  • Justicia: juzgar con imparcialidad.
  • Lealtad: defender aquello en lo que uno cree.
  • Limpieza: contribuir al orden de la casa familiar y al orden e higiene propias.
  • Misericordia: tratar a los demás con clemencia y perdonar.
  • Moderación: establecer las rutinas de una vida equilibrada.
  • Obediencia: reconocer la existencia de reglas.
  • Espiritualidad: apertura a la trascendencia.
  • Orden: capacidad de organización.
  • Paciencia: mantener en el tiempo el interés y las expectativas.
  • Perdón: ser capaz de dar otra oportunidad.
  • Preocupación por los demás: ver más allá de los propios problemas y necesidades.
  • Sentido del propósito de las acciones: tener un centro de atención claro, conocer el objetivo por el que se está trabajando.
  • Pudor: sentido del respeto por uno mismo.
  • Respeto: consideración por los derechos de otros.
  • Responsabilidad: responder ante los retos poniendo en juego las propias capacidades.
  • Reverencia: respetar lo que alguien considera sagrado.
  • Seguridad en uno mismo: ser capaz de aceptar un reto, de tomar una decisión y de pensar por cuenta propia.
  • Servicialidad: deseo de ser útil a los demás.
  • Sinceridad: ser franco, veraz y digno de confianza, tener palabra.
  • Solicitud: disposición alerta para las necesidades de los demás.
  • Tacto: decir la verdad de manera que no ofenda.
  • Tolerancia: aceptar las diferencias en los demás y a partir de ellas buscar acuerdo.
  • Unidad: conducirse con armonía, vivir como se piensa y de decir lo que se cree.
  • Valor: ser capaz de superar el miedo.
  • Veracidad: coherencia entre las palabras y los actos.

La vida y la educación no son ese bullicio que nos rodea. ¿Hablamos de virtudes?

Filósofa, escritora y maestra jubilada. Forma parte del equipo de Up!family donde colabora como autora y tutora.

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