La amistad en la adolescencia
Acaba de llegar, móvil en mano, ese muchacho con tres pelos en la barbilla que fue nuestro querubín, esa eterna malhumorada que fue nuestra muñequita…, contra «viento y marea», debemos proporcionarles responsabilidades e iniciativas.
La confianza en sí mismo y la certeza de que cuentan con la nuestra son sus herramientas de defensa ante las agresiones externas.
Siguen encontrando el sentimiento de su propia valía en nuestra mirada, así que, ahora más que nunca, hay que mirarlos. Pero, ¿qué papel desempeñan sus omnipresentes amigos? Sabemos que sienten tal dependencia de ellos que la tentativa de apartarlos del grupo sería intolerable.
La primera misión de los amigos es identificarse con una moda, o mejor con un modo, en busca de afirmación personal.
Durante la adolescencia, nuestro hijo o hija ve su cuerpo como motivo de orgullo, de ansiedad, de vergüenza o de todo a la vez, de ahí el drama de los kilos de más o de las camisetas de menos. Y por supuesto, de ahí la influencia devastadora de las redes sociales, con sus filtros imposibles y sus modelos falsos. No olvidemos que las dudas existenciales y el sentimiento de inferioridad –«sé que no controlo el mundo»– son realidades para todos los adolescentes.
Es inevitable e imprescindible la identificación con alguien semejante a uno mismo, que padezca los mismos problemas, a quien atormenten las mismas dudas, las mismas angustias y rebeldías, a quien entusiasme el mismo patrón estético o la misma música.
El amigo y la amiga les permiten compartir esa eclosión de pensamientos y sentimientos demasiado pesada para llevarla solo. Formar parte de un grupo de amigos y elegir entre ellos al mejor, es una solución provisionalmente feliz a los problemas. En el amigo se vuelve a encontrar un ideal, un sistema de valores, la seguridad en uno mismo. Existen también las identificaciones secundarias, con cantantes o influencers, pero el auténtico cimiento del «Yo adolescente» es el amigo.
Es la época de sentir pasión por la amiga o la de imitar hasta la extenuación los comportamientos y actitudes del líder del grupo. La amistad íntima entre las chicas se parece al amor y está muy expuesta a riñas y malentendidos, rupturas y reconciliaciones. Se manifiesta muchas veces con el carácter excluyente de la soledad a dos y no es improbable que sea motivo de preocupación para los padres. Y es que la amistad contiene, para ellas y ellos, un componente narcisista, no necesariamente negativo.
La relación con el mejor amigo o amiga permite a nuestro hijo o hija verse en él como en un espejo y esto no excluye los impulsos generosos y desinteresados, sino que los refuerza, porque aumenta la confianza en uno mismo y cohesiona la personalidad.
En el proceso de maduración, tantas veces centrífugo, la presencia del mejor amigo ejerce un contrapeso, centra.
Por ello, tanto para las chicas como para los chicos, la traición puede ser una experiencia dolorosa, que les trastorne mucho. Esto es así no sólo porque el mejor amigo satisface la necesidad de afecto y ternura –uno de los rasgos de la infancia que conservaremos toda la vida–, sino porque, cuando un amigo te desprecia o te falla, pone en tela de juicio el valor de tu personalidad.
El grupo de adolescentes es muy diferente del grupo de niños. Está unido por lazos de comprensión recíproca y se enriquece con las diferentes personalidades que lo componen. Sirve como laboratorio para conocer a los demás. Si no se desvía hacia comportamientos antisociales y se mantiene controlado, prepara para la condición de adulto. Para ello, es fundamental que se muestre creativo en la gestión del ocio, que es el gran reto al que se enfrenta.
Los jóvenes son capaces de disfrutar sencillamente charlando. Sin embargo, la sociedad les ofrece, como condiciones indispensables para la diversión, el consumo y el aturdimiento. Este problema, como tantos otros, se previene desde la infancia. Un adolescente aficionado al deporte, a la música o al cine, que conoce el valor de una conversación interesante y tiene un hábito de horas de comida y de sueño, ve menos aliciente en una discoteca atestada o en un botellón en el que sólo se trate de estar cada vez más borracho. Debemos hablar con ellos sobre los nuevos fenómenos en el ámbito de la comunicación, nuevas soluciones al viejo problema: tú y yo, tu soledad y la mía.
En la adolescencia, por tanto, el mejor amigo y la mejor amiga desempeñan el papel de soporte del yo. Eso explica por qué, cuando ejercen una mala influencia, nuestra intervención en contra es, en la mayoría de los casos, contraproducente.
La amistad de los adolescentes, precisamente por ser tan apasionada y exclusiva, es también breve. Si la influencia del amigo o amiga sobre nuestro hijo o hija no es absolutamente negativa, podemos dejar que la propia intensidad de la relación la consuma. Mientras tanto, debemos buscar alternativas: tal vez baste un cambio de clase o un verano para que los vínculos se aflojen. Con frecuencia, la aparición del primer amor basta para deshacer la amistad más estrecha. En todo caso, hacen falta circunstancias muy favorables para que una amistad de los catorce años sobreviva a la adolescencia misma. Esta contradicción entre la intensidad de los sentimientos y su carácter efímero es una manifestación más de la inestabilidad afectiva y emocional. Por supuesto, debemos pedir ayuda en caso de una mala influencia.
Conocer cómo es la etapa vital que atraviesan nuestros hijos e hijas nos ayudará también a intervenir de manera comprensiva, paciente y oportuna.
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