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Tradiciones en familia, creando recuerdos

Aunque con frecuencia escuchamos decir que la familia es un valor, la familia es, sobre todo, una realidad humana, psicológica y social. Como tal, encierra muchos valores; por eso lo que debemos conocer es qué valores transmitimos como familia y sobre qué valores se establece nuestra convivencia. Parte de estos valores se nutren de herencias recibidas de nuestros mayores, tradiciones y costumbres que se fusionan y amplían de una generación a otra y constituyen una «personalidad familiar». 

Muchas tradiciones familiares están relacionadas con la Navidad, que es, sin duda, la gran fiesta de la convivencia entre generaciones. Gastronomía, ritos relacionados con lo religioso o con lo festivo, decoración de la casa, música, viajes y hasta formas concretas de vestir «vuelven a casa por Navidad». Todas las esperamos y, sin darnos cuenta, a través de ellas, vamos creando en nuestros hijos e hijas el sentimiento de pertenencia a un grupo, y la certeza de ser eslabones en la cadena de su familia. Ambas cosas, pertenencia y consciencia del pasado, son imprescindibles para ellos.

Durante los años de su infancia y adolescencia, nuestros hijos e hijas deben pasar de estar centrados principalmente en la familia a vincularse con más intensidad a los amigos primero, al amor y al entorno propio después. Antes de que nos demos cuenta serán ellos mismos su proyecto, sus relaciones presentes, sus retos individualesquienes protagonizarán su vida.

Deberán tomar conciencia explícita de quiénes son, y decidir libremente sobre su presente y su futuro. ¿Y nosotros? Pues nos quedaremos en casa con los ojos abiertos de par en par preguntándonos: «¿Ya se acabó el jaleo?» «¿Va a estar siempre ordenada su habitación a partir de ahora?».

En cualquier caso, cuando vuelen libres sentirán la necesidad de pertenecer a algún grupo. Por eso, será fundamental que perciban sus raíces –que estén arraigados– y que valoren la memoria, las tradiciones, sus recuerdos de infancia. Que sepan que dentro de ellos y en sus padres existe un «corazón calentito» al que volver.

Los días de Navidad nos proporcionan algo más de tiempo y oportunidades para el ocio y las aficiones compartidas. Los ritos de estas fiestas son un tesoro lleno de códigos que van pasando de padres a hijos y constituyen uno de los mayores privilegios de la vida familiar. Por eso, es importante que, como adultos, cuidemos su clima, que no los estropeemos llevados por la excitación o el enfado de un momento. 

Es importante recordar que las tradiciones familiares también son orales. Los días de Navidad necesitan cariño en las palabras. Ellas explican el mundo de quien las dice, y por tanto tienen un gran impacto en los sentimientos de quien las escucha. Hablar en casa sobre las tradiciones refuerza las relaciones con los hijos.

Si en las conversaciones de estos días empleamos los trucos de nuestro lenguaje familiar, la experiencia será siempre positiva. Tal vez hace tiempo que no aludimos a esa frase hecha que solo nosotros entendemos, a ese chiste que solo nos hace gracia a nosotros, al refrán súper pasado de moda, al villancico en el que le pasan a San José muchas cosas chuscas, a las frases memorables del abuelo, a las expresiones anticuadas que nuestros hijos e hijas no se atreverían a decir en público, pero conocen porque son «de casa», tal vez herencia de dos o tres generaciones.

Vamos a volverlas a traer.

Son vínculos comunicativos que siempre tendremos establecidos. Ya veréis qué dulce es comprobar, cuando se hacen adultos, que aún las recuerdan. 

No necesitamos ser empalagosos, pero debemos habituarnos a expresar más las emociones y sentimientos positivos que producen nuestros hijos e hijas sobre nosotros. Durante toda la temporada de vacaciones, que no se nos olvide decirles al menos una vez al día cuánto los queremos.

El «yo a ti también» es un regalo siempre maravilloso.

Existe la vitamina F, de familia, y es muy necesario tomarla para el crecimiento interior. Se sintetiza al dialogar mucho con los hijos, al revivir y compartir los recuerdos familiares, al poner juntos el belén, comprar otro molino y dos pastores, adornar el árbol con mucho brilli-brilli, cantar con el soniquete de la lotería, ver la película vieja y cansina de todos los años, hacer mazapán casero y que se chamusque como siempre. También al ayudar a poner una mesa preciosa, comer el pavo trufado de la abuela, jugar al escondite con los primos, comprar un regalo y esconderlo, inflarse a polvorones, reír con las inocentadas, atragantarse con las uvas, emocionarse en la cabalgata y desayunar roscón, es decir, al revivir un año más lo que cada uno de nosotros tenga como rito y costumbre.

Padres y madres somos, lo seremos siempre, el puerto seguro de la vida de nuestros hijos. Por eso debemos esforzarnos en que sea verdaderamente seguro, confiable, no voluble, ni indiferente, ni permanentemente enfadado. Que sea reconocible, personal, distinto al de las demás familias y a la vez incardinado en lo que es común a la humanidad. Es muy bello ser un refugio, lo apreciaremos en el lapso de muy pocos años. 

¿Qué tradición deseas mantener?

Sea cual sea, la Navidad te proporciona una maravillosa oportunidad: la de hacer cosas juntos, que es el secreto de la felicidad familiar.  

Seguro que todos conocemos el villancico que dice:

La Nochebuena se viene,

la Nochebuena se va,

y nosotros nos iremos

y no volveremos más…

Pues eso…

Vitamina F de familia, suplemento R de recuerdos.

Estos días, en buenas dosis.

Filósofa, escritora y maestra jubilada. Forma parte del equipo de Up!family donde colabora como autora y tutora.

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