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Mi hijo siempre está enfadado, ¿qué hago?

El enfado es la emoción sobre la que más me piden ayuda profesional para aprender a gestionarla. A veces, las personas desean «no enfadarse», o que sus hijos o hijas no se enfaden. Esto no es posible, ni bueno. Otra cosa es enfadarse de la manera correcta.

Lo inteligente emocionalmente es aprender a enfadarse de manera ajustada, con la persona o situación apropiada y en el momento adecuado.

«Pero no te enfades». ¿Le has dicho alguna vez esta frase a tu hijo o hija?

Ciertamente, cuando le pides esto, intentas que silencie o ponga bajo presión la emoción del enfado, que tiene tanta energía y vitalidad que provoca el efecto contrario. El enfado no gestionado, es como meterlo en una olla a presión cerrada y por eso incrementa su presión. Para ello lo primero es comprender qué es enfado.

El enfado es necesario

Aunque el enfado tiene muy mala prensa es, como todas las emociones básicas, necesario. El enfado nos salva la vida porque nos alerta de una amenaza que está sobrepasando los límites de lo que consideramos justo para nosotros o las personas que nos importan.

¿Te imaginas que no tuvieras la capacidad de enfadarte? Tus derechos y los de los tuyos podrían ser vulnerados por cualquiera y en cualquier momento, sin importar la causa. Podrían abusar físicamente de ti, insultarte o hacerte bullying, sin que tu sistema emocional te avisara de ello.

¡Uf! Como ves, el enfado tiene una función sana y adaptativa para el ser humano. Nuestros hijos e hijas, en su desarrollo emocional, también deben aprender a enfadarse de manera adecuada.

En este camino de madurez, es normal experimentar con lo que les provoca esta emoción. Por eso, experimentan con rabietas, mosqueos, silencios, agresividad, violencia, ira…

El enfado es la emoción básica más manipulativa de cuantas tenemos a nuestro alcance. Suele convertirse en moneda de cambio, en un chantaje emocional. Un niño está comportándose mal durante un acto importante y su padre le dice «¡vas a hacer que me enfade!». Una niña está haciendo travesuras en el supermercado y su madre tras avisarla, varias veces, le dice «¡me vas a enfadar!». Un chico recibe malas respuestas de su novia
y le espeta «¡me estás enfadando!».

En realidad, todas estas expresiones están mal expresadas desde el punto de vista emocional. Nadie te enfada. Te enfadas tú. Otra cosa es que esa persona esté generando un escenario que tú interpretas como injusto o aversivo hacia ti.

El enfado es reflexivo, en cuanto que solo tiene sentido si se dirige hacia la propia persona que lo siente. No puedo enfadar a nadie, una persona se enfada ella sola. Otra cosa es que mi comportamiento puede ser valorado por esa persona como injusto o frustrante.

Nuestros hijos o hijas se enfadan, y como he dicho el enfado es necesario, ya que nos salva la vida. Siendo así, parece importante no desproteger a nuestros hijos de este mecanismo de autodefensa emocional. Mejor si le enseñamos a gestionarlo.

Lo desagradable del enfado es que genera un estado donde el único foco está puesto en los aspectos negativos de lo que se considera en ese preciso instante que es una amenaza, o que creemos que nos están perjudicando. Aunque el acontecimiento no sea considerado así desde otros puntos de vista. El enfado cuando se desborda provoca agresividad, se procesa de manera irracional y conecta con otras cuestiones «molestosas», aunque sean del pasado o tenga que ver con otras personas.

Decálogo para manejar la ira de los hijos e hijas

Es muy importante responder con firmeza a los enfados, pero también con e cariño.

Las recomendaciones siguientes te ayudarán a hacerlo:

  1. Valida y reconoce sus sentimientos. No les digas que no se enfaden, que no es para tanto, o que se calmen. Eso solo hará que se sientan incomprendidos o ignorados. En su lugar, muéstrales que entiendes lo que sienten y que estás ahí para ayudarles. Puedes enseñarle a que calibre cuánto enfadado o enfadada está del 1 al 10. Que le ponga un número más próximo al 10 a las situaciónes más iracundas y más cercana al 1 aquellas que son simples molestias.
  2. Enséñales a identificar y expresar su emoción de enfado. Ayúdales a ponerle nombre a lo que sienten, y a comunicarlo de forma adecuada. Por ejemplo, enseñándole a pedir tiempo: «estoy enfadado o enfadada y necesito unos minutos para poder hablar». Puedes usar palabras, dibujos, juegos, o cualquier otro recurso que les ayude a expresarse.
  3. Fomenta el diálogo y la escucha activa. No les interrumpas, ni les critiques, ni les des consejos cuando los veas enfados y se están comunicando. Escúchales con atención, interés y empatía, y hazles preguntas abiertas que les inviten a reflexionar y a buscar soluciones. Por ejemplo: ¿qué hay de injusto en lo que te ha sucedido? ¿qué deberías hacer? ¿qué situación debes aceptar?
  4. Establece normas y límites claros, coherentes y respetuosos. Los hijos e hijas necesitan saber qué se espera de ellos y ellas, y qué consecuencias tendrá su comportamiento. Explica las normas y los límites a la manera de expresar la ira. Por ejemplo, indícale que puede ir a su habitación, pedir estar en soledad, pero no puede golpear objetos o personas, gritar, insultar.
  5. Proporcionales herramientas para calmarse y relajarse. Enséñales técnicas de respiración, relajación, meditación, o cualquier otra que les ayude a reducir su nivel de activación y a recuperar el control. También puedes animarles a hacer ejercicio, a saltar, a escuchar música, a leer, o a hacer cualquier actividad que les guste y les distraiga. Todas las personas tienen una o varias formas de soltar la presión de la olla, poco a poco, para liberar la energía emocional sin estallidos.
  6. Sé un modelo positivo de gestión de la ira. Los hijos e hijas aprenden más de lo que ven que de lo que oyen. Por eso, es importante que tú también cuides tu forma de expresar y manejar tu ira. Evita gritar, insultar, castigar o usar la violencia. Si lo necesitas cuenta del 20 al 1. Al llegar al 1, usa el diálogo, la asertividad, el humor, o cualquier otra estrategia que te funcione.
  7. Reconoce y refuerza sus logros y sus esfuerzos. No te centres solo en lo que hace mal tu hijo/a, sino también en lo que hacen bien. Cuida no caer en los maximalismos o minimalismos, que indican que quien estás enfadado/a eres tú. Por ejemplo diciendo: «Siempre estás igual. Nunca haces nada». Valora sus avances, sus mejoras, y sus intentos. Reconóceles sus fortalezas, sus virtudes, y sus cualidades. Hazles ver que estás orgulloso o orgullosa de ellos y ellas.
  8. Ofrece alternativas positivas a la ira. No basta con decirles lo que no deben hacer, sino también lo que pueden hacer. Por ejemplo, si se enfadan porque no les dejas ver la tele o usar el móvil, ofréceles otras opciones de ocio que sean divertidas y educativas. Así, les ayudas a ampliar su repertorio de respuestas y a desarrollar su creatividad.
  9. No te lo tomes como algo personal. A veces, los hijos e hijas pueden descargar su ira contra ti, sin que tú tengas la culpa de nada. No te sientas atacado o atacada, ni te enganches a su provocación. Recuerda que su ira es una forma de expresar su malestar, su frustración, o su miedo, y que tú eres su referente y su apoyo.
  10. Busca apoyo profesional si lo necesitas. Si ves que la ira de tus hijos e hijas es muy frecuente, intensa o desproporcionada, o si afecta a su bienestar o al de los demás, no dudes en consultar con un profesional. Un psicólogo o psicóloga podrá evaluar la situación, orientarte, y ofrecerte un tratamiento adecuado.

Conclusión

Cada niño y niña es único y única, por lo que es importante que determines si el modo en que se está comportando es anómalo o especialmente raro. Son las señales que debes atender para solicitar la ayuda específica. Por último, recuerda que eres un modelo a seguir para tu hijo o hija. Con amor, paciencia, firmeza y comprensión, puedes ayudarles a manejar su enfado.

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