Reflexiones para tiempos de confinamiento
Entramos en la primera semana de la prolongación de la cuarentena. Propongo girar el foco hacia nosotros, los adultos, padres y madres de familia (o no). Han pasado ya tres semanas desde que cerraron todos los centros educativos y las familias nos enfrentamos a un primer desafío: qué hacer con los niños. La palabra “conciliación” cobró, en ese momento, todo su sentido. Y pudimos comprobar que, a día de hoy, sigue siendo un lujo que solo algunos se pueden permitir.
Después vino la declaración del estado de alarma; el confinamiento, la reclusión. Y las mil y una ideas para hacer con peques. Manualidades, juegos, actividad física, recursos educativos, lecturas, listas y más listas de cine infantil… Por supuesto, los “mayores” no nos quedamos detrás y, de repente, todo eran clases online de yoga, de cocina, de fitness, de baile, directos de personajes influyentes, toneladas de información -y otras tantas de desinformación-, chistes y memes, conciertos, recitales de poesía, visitas virtuales a los museos del mundo, talleres de absolutamente cualquier actividad imaginable.
La cultura de la hiperproductividad en todo su esplendor. No se me entienda mal, esta avalancha de propuestas no deja de ser una buena noticia que habla de nuestra enorme creatividad, iniciativa, generosidad, ingenio y empatía. Una ingente cantidad de personas deseando aportar su granito de arena para hacer más llevadero este encierro.
Suplimos el exceso de actividad cotidiana con exceso de actividad virtual.
Retos de los adultos durante el confinamiento
Sin embargo, da la sensación de que nos pasamos la vida añorando más tiempo y, cuando lo tenemos, no sabemos qué hacer con él. Como si nos costara estar con nosotros mismos, descansando, tranquilos, con nuestros pensamientos. Hablamos mucho de jornadas maratonianas, de los ritmos agotadores que contagiamos a nuestros hijos, de la necesidad de parar y disfrutar de unos instantes de inactividad. Hace ya quince días se hizo realidad este aumento del tiempo a nuestra libre disposición y, lejos de proporcionarnos calma, parece que nos angustia y tenemos que llenarlo como sea. Pasamos de estresarnos con el trabajo, los cuidados y los desplazamientos, a estresarnos con propuestas cargadas de buenas intenciones pero demandantes y abrumadoras.
Queremos ser -y parecer- productivos hasta en el ocio, incluso en estos días extraños.
Por supuesto que es necesario continuar con unas rutinas y horarios, realizar bien nuestras obligaciones laborales y ocuparnos de los nuestros. Cuidarnos y divertirnos. Pero quizá sea la ocasión perfecta para disfrutar de hacer cosas por el mero placer de hacerlas, no por imposición ni por otro motivo externo, ni por la presión de las redes sociales.
Volver a los “fines en sí mismos” que decía Aristóteles, y descansar de los “medios para”.
Soy consciente de que no estamos ante un escenario elegido, y de que no es lo mismo una experiencia deseada que una impuesta, como sucede con el confinamiento actual. Así que es normal que, por mucho que soñáramos con una mayor cantidad de tiempo libre, cuando sucede por obligación o se prolonga demasiado, deje de parecernos tan bonito. Ten cuidado con lo que deseas, nos han advertido siempre. El ser humano es paradójico.
Es tiempo de conectar con nosotros mismos
Vivimos en una especie de carrera constante que no nos permite detenernos y preguntarnos para qué corremos o en qué dirección. Ahora tenemos la oportunidad de hacer esa parada técnica, de reflexionar, de mirar hacia dentro para conectar con nosotros mismos, de conocer mejor a esa persona que nos devuelve el reflejo de los espejos.
Observar a nuestros hijos para conocerlos
Además, estamos ante una oportunidad de oro para practicar una habilidad educativa fundamental: la observación. Cuando estamos sumidos en el ajetreo cotidiano esto nos resulta imposible; nos come el día a día. Para observar necesitamos quietud, tiempo, silencio, atención, sensibilidad y respeto. ¿Por qué no empezar a hacerlo? Seguro que nos sorprendemos y hasta lo disfrutamos.
Es posible, también, que el confinamiento otorgue su merecido valor a las tareas de cuidados. Quiero pensar que, a fuerza de permanecer en casa, quienes aún no lo son sean serán finalmente conscientes de todo lo que supone el trabajo doméstico y de atención a los niños u otros familiares que lo necesiten. Y que en el futuro se impliquen en la medida que les corresponda.
Aprender a convivir con la incertidumbre
Otro reto al que nos enfrentamos es habitar en lo desconocido. Las personas necesitamos organizar, anticipar, proyectar. Veníamos de un mundo de planes, reservas en restaurantes, viajes estudiados, entradas adquiridas con meses de antelación. Esa forma de vida ha quedado en suspenso y no sabemos hasta cuándo. Nos toca, por tanto, vivir al día, resignarnos a ignorar lo que nos espera al cabo de un mes. Esto nos puede generar cierto malestar, pero debemos asumir esta falta de certeza con estoicismo, ya que no depende de nosotros. Aprendamos a aceptar que hay circunstancias que escapan a nuestro control sin sufrir por ello.
«La nada no es un lujo o una pérdida de tiempo, es una parte necesaria para que el discurso y el pensamiento adquieran sentido» Jenny Odell.
Podemos aprovechar para alejarnos, al menos por unas semanas, de la lógica del éxito y dejar de cuantificar todo en términos de eficacia. Puede ser una buena enseñanza para nuestros hijos. Les podemos transmitir que nuestro valor no reside en cuánto producimos o hacemos, sino en quiénes somos. Conocerlos y conocernos mejor. Mostrarles que la calidad del tiempo no se mide por la cantidad de actividades que realizamos; que estar juntos es bueno aunque no hagamos nada. Que la presencia importa y la compañía es valiosa; apreciar el simple hecho de tenernos los unos a los otros. Simplificar. Convencernos de que no es necesario hacer nada especial para experimentar la felicidad.
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