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Cuatro claves de neurociencia para la crianza

Mucho se está hablando en los últimos años sobre las neurociencias y su aplicación en los diferentes campos.

El profundo conocimiento que actualmente se tiene del funcionamiento del sistema nervioso, concretamente del cerebro y su relación con los procesos mentales, y el funcionamiento del resto de nuestro cuerpo, nos permite comprender mejor la conducta humana.

Para los educadores, este conocimiento nos permite comprender mejor cuáles son las condiciones en la que crecemos mejor y, por tanto, podemos tomar mejores decisiones acerca de cómo educamos.

Aunque podríamos profundizar en los procesos de atención, de memoria, del lenguaje, etc., nos vamos a detener en los aspectos más básicos de nuestra naturaleza. Como seres humanos, nacemos con un programa biológico que contiene una serie de imperativos o necesidades que debemos satisfacer. Cuando estas no se satisfacen, se activan mecanismos que nos orientan a satisfacerlos.

El principal objetivo de ese programa biológico es la supervivencia.

Podríamos decir que nuestro cerebro tiene, por tanto, dos modos básicos de funcionamiento: «modo supervivencia» y «modo desarrollo».

Nuestros hijos e hijas, ¿se desarrollan o sobreviven?

Conozcamos algunas claves que nos permitirán ser más conscientes de si nuestros hijos pasan la mayor parte «desarrollándose» o «sobreviviendo» y cómo podemos influir:

  1. Para sobrevivir necesitamos sentir SEGURIDAD. Para lograrla, necesitamos sentir CONEXIÓN con otras personas. Los niños y niñas necesitarán de, al menos, un adulto de referencia que les proporcione dicha seguridad. Cuando no hay un adulto disponible para atender a las necesidades de los niños (fisiológicas, de protección, de amor, de exploración, etc.), se activa el «modo supervivencia». En nuestro cerebro se producirán algunos cambios, como la activación del circuito del estrés, que permitirán a nuestro cuerpo situarse en una predisposición a actuar orientándose a satisfacer esas necesidades. Algunas de las conductas que podrán aparecer son la huida, el ataque, el retraimiento, etc. Ninguna de ellas son las más adecuadas para crecer y desarrollarnos en armonía. Por eso, crecer en un entorno seguro será fundamental para que se produzca un aprendizaje positivo. Muchas de las conductas que llamamos «inadecuadas» no son más que conductas de supervivencia para tratar de recuperar la conexión con el adulto (aunque puedan ser poco efectivas).
  2. Nuestro cerebro límbico o emocional, permite que se den una serie de respuestas fisiológicas que preparan a nuestro cuerpo rápidamente para actuar en caso de percibir peligro. A las sensaciones corporales que tenemos, las llamamos emociones, que estarán mediadas por el aprendizaje y el contexto. Cuando percibimos un estímulo y es procesado por diferentes redes cerebrales, llegando a la amígdala, mucho antes de que seamos conscientes, se producirá una respuesta (en 0,125 seg.). Mucho después (en 0,500 seg.) esa misma información llegará a otras zonas de nuestro cerebro en las que está implicada nuestra conciencia (corteza prefrontal). Esto implica que nuestra naturaleza nos permite ser muy rápidos en las respuestas, pero, en ocasiones, poco precisos. Cuando las respuestas que debemos dar requieren precisión, es importante no responder de manera impulsiva. Las funciones ejecutivas, entre las que se encuentra la capacidad de autorregular nuestras emociones, se encuentran en esta zona de nuestro cerebro. No podemos controlar que aparezca una emoción, pero sí podemos aprender a gestionar lo que hacemos después con esas sensaciones.
  3. La corteza prefrontal no comienza a madurar hasta los 7 años de edad aproximadamente, y no alcanzará su máximo potencial hasta la vida adulta (en torno a los 25 años). Eso significa que los más pequeños no tienen aún la capacidad biológica para autorregularse, y cuando comiencen a tenerla, necesitarán de entrenamiento para poder ejercerla. Poseer capacidad biológica no implica saber hacerlo, debemos aprenderlo. ¿Y cómo? Educando en emociones y con adultos bien regulados emocionalmente. A través de las neuronas espejo, diseñadas para copiar y aprender por imitación, nos contagiamos de las emociones de los demás. Cuando tenemos conexión con nuestros hijos e hijas, podemos heterorregular sus emociones. Es como si actuásemos de corteza prefrontal desde el exterior. Por ejemplo, cuando desde la calma acompañamos una rabieta, vemos cómo poco a poco el menor se va calmando. Si, por el contrario, nos contagiamos de su emoción, es muy probable que acabemos todos muy alterados y la situación dure mucho más. Si lo ignoramos pensando que eso hará que se le pase, es posible que sea así en apariencia, pero lo más probable es que acabe agotado o aprenda a distraerse para huir de ese malestar, pero no estará aprendiendo herramientas de regulación emocional que serán tan útiles en todo su desarrollo.
  4. ¿Y cómo educamos en emociones si nosotros no fuimos educados así? Sin duda, necesitamos seguir aprendiendo toda la vida. Además, aunque no nos hayan educado conscientemente en emociones, aprendimos de nuestros referentes, que seguro que lo hicieron lo mejor que pudieron. A partir de ahí, seguro que podemos incorporar nuevas estrategias de autorregulación. No debemos buscar ofrecer un modelo perfecto a nuestros hijos e hijas; además de que es imposible, no sería sano. Aprender a regular las emociones implica que reconocemos todas ellas, las sentimos, las validamos y somos capaces de gestionar su intensidad para tomar las mejores decisiones (en la mayoría de las ocasiones). No mostrar las emociones o mostrar calma siempre, sería irreal. Nuestros hijos e hijas nos observan siempre; ver cómo perdemos la calma, cómo nos tomamos una pausa, cómo pedimos perdón y buscamos reparar, etc., es fundamental para que ellos y ellas aprendan también a hacerlo.

Conclusión

Comprendiendo mejor cómo aprendemos y nos desarrollamos, podemos ser más conscientes de las dinámicas que suceden en nuestras familias.

No debemos olvidar que para poder cuidar, necesitamos cuidarnos. Si nosotros vivimos permanentemente «en modo supervivencia», estresados por todo, probablemente nuestros hijos e hijas también lo hagan.

Incorporar el autocuidado puede ser la clave para estar mejor con nosotros mismos y poder ofrecer ese entorno seguro que nuestros hijos e hijas necesitan.

Si quieres saber más al respecto, puedes leer Emoprende en familia: una guía práctica de educación positiva y consciente y participar en nuestra tribu de Up!family.

Profesora del Centro Universitario Cardenal Cisneros. Doctora en Psicopedagogía y experta en inteligencia emocional. Certificados en disciplina positiva por la Asociación Americana de Disciplina Positiva.

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